Una mujer abre su Biblia y comienza a recitar el Salmo 1, mientras que el resto del grupo lee el pasaje para sí. Ferial sonríe; se siente plena en su nuevo hogar. Aunque su situación es ahora mucho más difícil, no está apesadumbrada. «Siento paz, paz interior», dice.
Cuando comenzó la guerra en Siria, Ferial y Ghandi vivían en Alepo. Tras los combates y la destrucción de Homs, Alepo pasó a ocupar las portadas de las noticias diarias por las intensas batallas y los bombardeos.
Ahora Ferial y su marido viven en el último piso de un edificio de apartamentos. Allí viven junto a sus dos hijos, Anna María y Ohannes. Sus nombres evidencian que se trata de una familia cristiana: un padre musulmán les habría dado otro nombre.
Ferial indica: «Los aviones sobrevolaban nuestra casa y mis hijos eran pequeños. Teníamos miedo por ellos, así que los sacamos de la cama y nos escondimos en el baño». Cuando cuenta su historia, Ferial suele quedarse con la mirada perdida, como si estuviese volviendo a vivir aquello.
«No nos abandonaron, nos hicieron sentir amados».
«Vivíamos muy cerca de los grupos militares. Todo nuestro edificio era inseguro. Un día, la pared se resquebrajó y se rompieron las ventanas. Todo estaba lleno de escombros. No teníamos comida y los niños estaban hambrientos».
En una ocasión, Ghandi tuvo problemas incluso para comprar algo de harina con la que hacer pan. Ferial dice que fue la protección de Dios la que hizo que él pudiera salir de allí. «Sentía que Dios estaba con nosotros en todo momento. En una ocasión, mi marido y mis hijos fueron al mercado y, mientras regresaban, les dispararon. Los niños lloraban mientras corrían».
Las condiciones de vida eran cada vez más duras. Sin agua, sin comida y sin trabajo, la familia había perdido toda esperanza. «No podíamos bañarnos o ducharnos porque no había agua. Nuestra ropa estaba sucia. Pasamos casi tres meses sin agua. Mi marido se lo dijo a algunos amigos suyos, y estos le dijeron que fuese con ellos, a Latakia. Allí le podrían conseguir un trabajo».
Ghandi se fue solo, dejando atrás a su mujer e hijos hasta que pudiese llevarlos con ellos. Un mes después, la familia pudo volver a reunirse. «Tuve que ir sola con los niños. Mi marido no podía volver a pasar por los controles. Oraba a Dios que nos acompañase. Dejamos nuestra casa llorando; a los niños les encantaba. Solo llevamos algo de ropa con nosotros. Nos despedimos de los vecinos pensando que regresaríamos pronto». Ferial nunca regresó a Alepo.
Más de la mitad de los sirios han sido desplazados durante los últimos once años. Unos seis millones abandonaron el país como refugiados, mientras que otros tantos se marcharon a otras partes del país. Latakia fue un lugar al que muchos acudieron entonces. «Era la región más segura de Siria. “Dios proveerá, no nos abandonará”, decía mi marido».
Ghandi le recordaba constantemente a Ferial porque estaban allí, ya que para ella fue especialmente duro. En Latakia no había bombardeos, ni francotiradores, ni aviones sobrevolando la ciudad o extremistas amenazándoles. «Sentía que mis hijos estaban seguros aquí. Comencé a ser agradecida con Dios por tomar la decisión correcta, y comprendí que estar allí era una buena idea. Los niños ahora podían descansar. En Alepo no podían dormir más de diez minutos seguidos».
En aquel momento, alguien le habló a Ferial sobre la Iglesia del Nazareno. «Me dijo que allí ayudaban a la gente. Fui y, efectivamente, fueron de gran ayuda».
Desde entonces, Ferial no se ha perdido ninguna reunión. «Mi mente estaba ahora centrada en la iglesia. Nunca más volví a preocuparme por Alepo ni por nuestra situación económica».
«Nos brindaron apoyo económico y espiritual», indica Ferial. «Me motivaron a amar a Jesús como nunca antes. No nos abandonaron, nos hicieron sentir amados».
Aquello acercó a Ferial a Dios. «Me sentí diferente, más cerca de los caminos de Cristo. Dios está vivo en nosotros, nos cuida y nos nutre. Mi corazón nunca se había sentido tan conmovido por eso». Esta iglesia, un Centro de Esperanza, ayudó a Ferial y a su familia a conocer más a Jesús. «Los niños también estaban felices allí. Sentían que Jesús estaba con ellos, abrazándolos y amándolos».
Una importante inversión que el Centro de Esperanza hizo fue apoyar económicamente a Ferial para que pudiera brindar una educación a sus hijos. «Eso nos ayudó muchísimo. Sin esa ayuda, Anna no habría terminado sus estudios. Ya no tengo miedo. Somos parte de una familia en Cristo que nos apoya sin importar lo que pueda suceder. Lo que marca la diferencia es que hacen que nos mantengamos firmes, sin ningún temor».
Ahora Ferial tiene confianza en el futuro gracias a la ayuda de personas como tú. «Desde que conocimos a Jesús veo el futuro con buenos ojos. A pesar de la crisis —la guerra, la situación económica, la falta de electricidad y agua o la crisis psicológica—, siento paz, paz interior. No estamos tristes porque tenemos a Jesús muy cerca. Sabemos que él no nos abandonará».
«No estamos tristes porque tenemos a Jesús muy cerca».
Ferial es consciente de la oración y el apoyo de la iglesia alrededor del mundo. «Habéis sido muy generosos, os lo agradezco mucho». Cuando dice esto no puede contener las lágrimas. «Por favor, continúa ayudándonos».
Lo que hace que Ferial y otras mujeres como ella puedan crecer en la fe es el compartir con otras acerca de la Biblia y de lo que Dios está haciendo en sus vidas. «El grupo de mujeres es maravilloso. Cuando nos reunimos, siento la bendición de Dios. Me encanta cuando nos reunimos en mi casa y leemos juntas la Biblia».