Cuando fueron descubiertos con una Biblia, Bae* y su esposo fueron enviados a una aldea remota por seguir a Jesús. Sin embargo, en un lejano lugar de Corea del Norte, su ministerio ha florecido y han establecido una pequeña congregación que subsiste gracias a tu oración y tu apoyo.
«Cuando abro mis ojos cada mañana puedo sentir la presencia de Yahvé, nuestro Señor».
Cada mañana, Bae* se despierta y empieza su día en una rústica cabañuela, en una aldea rural por las montañas de Corea del Norte. Su esposo está aturdido por la corta noche de sueño. Ella empieza a escuchar el diálogo de las demás personas de
la casa. Se preparan para otro día de trabajo forzado en el campo.
Espera poder completar su cuota de trabajo recogiendo cultivos. No quiere correr el riesgo de recibir un castigo adicional, ni de perder esos breves momentos durante el día en los que puede buscar comida.
Recoge sus raciones de comida alrededor de las 6:00 AM, y camina con dificultad hacia los campos. El gobierno proporciona alimentos a personas como ella; pero sólo una cantidad que los mantenga con vida para poder trabajar.
«Lo que más agradezco es que nuestro Padre Dios me use para trabajar como su sierva».
Sabe que su desayuno no será suficiente para el hambre de su estómago. Como todas las demás personas de su aldea, Bae* pasa hambre. No tiene suficiente hambre como para no morir aún –al menos, no todavía. El hambre, no obstante, siempre está ahí,
royendo sus huesos, como un animal salvaje.
Cuando logra tomar un pequeño receso, Bae se dirige al bosque. Los hongos y plantas que colecta en el bosque la ayudan a detener los gruñidos de su estómago; pero ese pequeño extra no siempre llega.
Finalmente, cuando anochece, termina su día. Recibe otra comida, una sopa aguachenta y –si tiene suerte–, un poco de arroz. Luego regresa a su casa.
Es sólo después de esto que Bae empieza su verdadero trabajo.
Espera a que la luna se esconda detrás de las nubes, y entonces se pone en silencio su abrigo. Se desliza por la puerta principal, con cuidado de cerrarla sigilosamente para que los vecinos no la escuchen. Mientras atraviesa el pueblo, camina
por lo oscuro y entra de nuevo, calladamente, al bosque.
A estas horas no está buscando comida; lo que busca es aún más importante.
Se dirige a un árbol que identifica por sus gruesas raíces y raspa una fina capa de tierra. Saca la bolsa de plástico y la mete debajo de su abrigo, regresando a su cabaña tan silenciosamente como se fue.
Cuando llega a casa, sus compañeros de casa la esperan; ya han cubierto las ventanas con mantas, y ahora encienden una pequeña vela.
De la bolsa que desenterró, ella saca un libro. Lo abre y comienza a leer, con una voz que apenas supera el susurro:
«No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
Es otro día en una iglesia de Corea del Norte.
Bae* no siempre ha vivido en este pueblo. Se mudó aquí después de que ella y su esposo fueron sorprendidos con una Biblia por las autoridades norcoreanas. Apenas se dieron cuenta de que la pareja era cristiana, sus vidas –tal como las conocían–
terminaron.
La fe en Jesús puede significar sentencia de muerte en Corea del Norte. Puertas Abiertas estima que hay alrededor de 400.000 cristianos en Corea del Norte, y todos son cristianos clandestinos. En el caso de ser atrapados por el gobierno, tendrán
suerte de escapar con vida.
Bae* y su esposo fueron dos de los «afortunados»: han quedado vivos, pero también condenados a toda una vida de penurias y trabajos.
Fueron clasificados por el estado norcoreano en lo que se denomina como «clase hostil»; esto significa que estarán en el peldaño más bajo en lo que concierne a ayuda gubernamental, asignaciones laborales o cualquier otra asistencia oficial. La
pareja fue llevada a una aldea remota y allí se les asignaron pesados trabajos agrícolas. Ellos saben que vivirán en esa aldea hasta que mueran.
Ser asignado a vivir en una aldea rural podría parecer una sentencia leve. No lo es. La región se parece más a una prisión que a una granja. Las personas como Bae* (la «clase hostil») son vigiladas, y las carreteras –para entrar o salir de estos
poblados– están monitoreadas y controladas. Fugarse es una alternativa muy peligrosa para ellos. La vida diaria queda limita a esa área acotada que rodea las aldeas.
Sin embargo, Bae* pudo escaparse una vez. Cruzó la frontera a China, donde pudo ponerse en contacto con una casa refugio administrada por colaboradores de Puertas Abiertas. Mientras estuvo con ellos, pudo reunirse con otros cristianos; una dulce
experiencia de comunión imposible de lograr en Corea del Norte.
Los líderes de la casa refugio le dieron comida, medicinas y una Biblia nueva. Bae* cantó, oró y leyó la Biblia con sus amigos allí, y ni siquiera tuvo que hacerlo susurrando.
Mientras estuvo en China, se le ofreció la oportunidad de quedarse allí, de vivir una vida más libre fuera del estricto control de la aldea.
Ella rechazó la posibilidad.
Regresó a casa con la comida, las medicinas y la Biblia que había recibido, y las compartió con su grupo secreto de creyentes. Estas sencillas dádivas animarán la fe de estos hermanos durante años.
Recientemente, en otro viaje a China, Bae* pudo acercar una carta a un colaborador de Puertas Abiertas, donde agradece por tus oraciones y donativos. No podemos revelar cómo nos acercó la carta; hacerlo pondría a Bae* en grave peligro. Pero la carta
es una preciosa oportunidad para que escuchemos a una hermana y líder cristiana que todavía está dentro de Corea del Norte.
Esto es lo que ella escribió; una parte de la carta se dirige directamente a ti:
Querido hermano:
Estamos bien. Por la gracia de Cristo y por tus oraciones, tenemos paz.
Mientras te escribo, me siento abrumada, porque jamás podríamos devolverte toda la ayuda que nos has brindado.
Cuando encontraron nuestra Biblia, la destrozaron de inmediato. Por causa de nuestra fe, nos exiliaron a un pueblo lejano, sin posibilidad de regresar. El trabajo aquí es duro. La comida, muy limitada. Siempre estamos hambrientos y enfermos, y tenemos que buscar en el forraje para sobrevivir.
Pero cuando abro mis ojos cada mañana puedo sentir la presencia de Yahvé, nuestro Señor, y gracias a nuestro Padre aún me siento con la fortaleza suficiente para serviros.
Fue difícil, pero recientemente pude cruzar la frontera con China. Allí conocí a otros cristianos. Me dieron comida, medicina, y por la gracia de Dios una Biblia nueva. Me ofrecieron quedarme en China; aquello significaba libertad, pero no podía abandonar mi familia, la iglesia, sin importar cuan pequeña sea.
Desde tu perspectiva, hermano, nuestro sufrimiento debe parecerte una maldición. Sin embargo, para nosotros es una bendición porque nos acerca al Padre.
Hermano, tengo una última petición: Haz llegar nuestra gratitud a todos aquellos que oran por nosotros. A cambio, prometemos mantenernos firmes para seguir propagando el Evangelio por toda Corea del Norte.
Tu hermana en Cristo,
Bae*.
Puertas Abiertas trabaja en China a través de redes secretas para fortalecer a cristianos norcoreanos como Bae*. Tu apoyo y oraciones son vitales para recordar a estos seguidores de Jesús que no están solos, aún en lugares como Corea del Norte.
«Prometemos mantenernos firmes para seguir propagando el Evangelio por toda Corea del Norte».
*Nombre cambiado por motivos de seguridad.
Bae es una persona real en Corea del Norte, pero –por cuestiones de seguridad– su historia ha sido ligeramente modificada para garantizar que no se la pueda identificar. Cuando se hicieron cambios o adiciones, se basan en otros relatos de primera mano acerca de la vida de los cristianos en Corea del Norte.