«Simplemente queríamos apoyar a aquellas personas mayores que se quedaron solas, sin nadie al cuidado de ellos». Esa fue la razón por la que, hace cuatro años, Nariman Khoury y otras mujeres como ellas comenzaron con un proyecto de cocina benéfica en la Iglesia Griega Ortodoxa, uno de los Centros de Esperanza en Siria. Junto a Nazek, coordinan el trabajo de cocina.
El pelo de Nariman está cubierto por un gorro blanco de cocina. Nos explica mientras que el resto de las mujeres continúan con el trabajo: «Ayudamos a estas personas que no pueden valerse por sí mismas. Sus hijos han abandonado el país, o simplemente no tienen familia. Son los olvidados de la guerra. Reciben una comida saludable gratuita dos días a la semana».
«Ayudamos a estas personas que no pueden valerse por sí mismas. Sus hijos han abandonado el país, o simplemente no tienen familia».
«La necesidad es enorme», añade Nazek. «Sin esta comida, la situación de estas personas sería miserable». Pero reciben mucho más que algo bueno para comer. «Les visitamos dos veces a la semana. En torno a 20 personas trabajan como voluntarios en este proyecto. Nos encanta ayudar».
Tanto Nariman como Nazek han sufrido cáncer de mamá. «Los doctores nos prohibieron hacer cualquier tipo de trabajo, pero cuando lo hacemos, nuestra fatiga desaparece», dice Nazek. «Somos conscientes del sufrimiento de la gente porque también nosotros lo hemos vivido».
La situación actual de Siria contrasta con la vida de los sirios en 2011, antes del comienzo de la guerra. «La gente tenía lo suficiente, no había necesidad, teníamos una buena vida».
Nariman perdió todo en la guerra: «Vivíamos en Homs. Mi marido era doctor y yo farmacéutica. Nuestra casa fue destruida, y la farmacia también. Mi marido fue secuestrado y amenazado. Perdimos todos y nos vinimos aquí, por eso sé lo que está sufriendo la gente». Entonces comenzaron un nuevo negocio. «Antes de la guerra teníamos unos ingresos de 6 000 € mensuales. Éramos ricos. Ahora, no llegamos a los 1 000 €, pero estamos bien».
Suena el teléfono. «Disculpad, tengo que atender esta llamada», indica Nariman.
Cuando regresa, sus ojos están llenos de lágrimas. «Era mi hijo, acaba de confirmarme que ha podido salir del país».
Igual que muchos jóvenes en su situación, no había futuro para él en el país. «Incluso en los casos en los que las familias tienen algún ingreso, resulta insuficiente para sostener a una familia».
La iglesia no quiere que la gente se vuelva dependiente de la comida que ellos preparan. Por ello, también proporcionan microcréditos con los que empezar nuevos negocios.
«Deben pagar el crédito después de tres meses, pero sólo tienen que devolver el 20% de lo proporcionado. Esperamos que esto ayude a las nuevas generaciones a permanecer en Siria».