Mohsen* fue quien dio a Simin* su primera Biblia. Solo eran amigos por aquel entonces, pero él le animó a leer la palabra de Dios. Ella no tenía mucho tiempo para leer, ya que su trabajo como enfermera era muy demandante; pero la insistencia sutil de Mohsen hizo que se sentara a descubrir ese libro tan desconocido para ella.
Lo que encontró en él la dejó atónita, sobre todo considerando que es una mujer rodeada de una fuerte cultura islámica. «La Biblia me atrajo mucho por su perspectiva sobre el matrimonio, tan diferente a cómo se ve en el islam», explica. «Las mujeres tenemos mucho valor en la Biblia. Somos vistas».
Un día, mientras seguía con su lectura, encontró una película sobre la vida de Jesús. Al ver la escena en la que cargaba con la cruz, sintió una presencia extraña y potente junto a ella. «Sentía que yo estaba caminando ahí al lado de Jesús», recuerda.
«Fui consciente de que, para Él, cargar con la cruz fue muy difícil, y que para mí es imposible. Entonces me arrodillé y estuve llorando durante horas. No entendía qué me pasaba. Algo dentro de mí cambió profundamente. Me transformó».
«Las mujeres tenemos mucho valor en la Biblia. Somos vistas»
Al recordar ese momento, Simin no puede evitar que sus labios dibujen una sonrisa y sus ojos se iluminen, cálidos y llenos de gozo. Su vida fue transformada para siempre.
Pero todavía no sabía que esta decisión iba a traerle muchos peligros.
La fe de Simin creció y empezó a ir a la iglesia. Este acto tan sencillo en Occidente no es nada fácil en Irán. En este país que ocupa el puesto 9 en la Lista Mundial de la Persecución 2024, hay iglesias oficiales y públicas, pero todas están vigiladas de cerca por el Gobierno. Las autoridades guardan con precisión los datos personales de todos los miembros de las iglesias y se aseguran de que no se hable públicamente de Jesús fuera de las mismas.
En esta república islámica hay tantas restricciones que, en las ciudades, muchos de los edificios religiosos tradicionales están cerrados. Solo quedan un par de ellos abiertos, pero el acceso a los mismos es exclusivo para los miembros históricos y sus familias, siempre bajo unas directrices que prohíben el culto en farsi, la lengua nacional. Esto impide la participación en el culto a cualquiera que se convierta al cristianismo desde el islam.
Hay una fuerte comunidad de nuevos cristianos en Irán, pero necesitan un lugar donde poder crecer en su nueva fe. Por ello, se ven obligados a optar por la clandestinidad de las iglesias en casa. Entre sus muros, pueden hablar de su fe con libertad, así como compartir sus emociones y esperanzas, alabar, leer la Biblia y orar juntos. Estas reuniones íntimas desafían las restricciones impuestas, pero ofrecen un lugar donde el Espíritu de Dios se manifiesta en medio de los desafíos del escrutinio gubernamental.
Cuando Simin se convirtió, encontró una de esas comunidades. Acudió por primera vez a una reunión de una iglesia en casa seis meses después de conocer a Jesús. Durante ese tiempo, no sabía muy bien qué hacer, pero estaba segura de una cosa: «No entendía por qué tenían tanto gozo, pero durante la alabanza pude saborear la dulzura de la presencia de Dios entre nosotros», recuerda esta hermana.
Así fue como Simin comenzó el viaje de aprender sobre la fe y crecer en ella. Poco después, se casó con Mohsen. Gracias a la ayuda de su pastor y de otros creyentes, Simin ha podido hablar de Jesús públicamente sin miedo e incluso he repartido Biblias a personas de confianza. «La Iglesia fortaleció mi fe y me llevó a servir», explica con sencillez esta hermana iraní.
Su vida fuera de la iglesia también comenzó a cambiar. Hubo una ocasión en la que, en el trabajo, un niño de 5 años enfermó gravemente tras una operación del corazón y los doctores creían que no sobreviviría. Simin y Mohsen oraron por un milagro, creyendo en el poder sanador de Jesús.
Para su gran alegría, a la mañana siguiente el niño se despertó completamente sano, lo cual dejó a todos atónitos, incluso a los médicos. Este poderoso acontecimiento fortaleció la fe de Simin. «Solía acudir a Dios solo cuando yo necesitaba algo, pero luego empecé a pedirle que la gente se curara». Así fue como se transformó en una creyente más compasiva e inquebrantable, con un corazón y un carácter renovados; todo gracias a su fe en Cristo. Empezó a orar por todos sus pacientes, sin importar quiénes fueran.
Aunque la fe de Simin había crecido y ella había sido testigo del poder de Jesús, seguía siendo una mujer que vivía en una sociedad musulmana. Gracias a todo el apoyo y formación recibidos, un día dio el valiente paso de compartir su fe con su familia, pero sus reacciones no fueron las que ella esperaba.
«Me entristeció que mi familia se burlara de mí cuando hablaba de Jesús», se lamenta. «Había prejuicios en sus corazones, ya que no eran musulmanes muy religiosos, sobre todo mi padre y mi hermano mayor. Pero aún así, decían que había perdido la cabeza».
Después de casarse, Simin y Mohsen se mudaron a la ciudad pequeña donde él trabajaba. Allí la cultura era más conservadora. La gente se fijaba mucho en la apariencia de Simin, que tenía que llevar bien puesto el hiyab. «Recibí un par de cartas de aviso sobre mi forma de vestir», nos cuenta. «Tuve que ceñirme al código de vestimenta para dejar de ser el foco de atención».
En el hospital, sus compañeros de trabajo también empezaron a darse cuenta de que algo había cambiado en ella. Le preguntaban por qué no acudía a las oraciones tradicionales con el resto ni ayunaba en Ramadán.
Simin sabía lo que pasaría si la gente se enteraba de su fe cristiana. «Si me descubrían, me echarían del trabajo», asegura. Tal fue la presión que hasta se vio obligada a firmar un compromiso para participar más en los tiempos de oración musulmanes. Pero para Simin, la sala de oración se convirtió en un refugio donde hablar con Jesús.
Jesús era su única esperanza y fuente de fortaleza en esos momentos tan dolorosos en los que Simin lloraba en silencio para no llamar la atención de nadie. «Señor, ayúdame a soportar esto», oraba.
Pero no se trataba solo de discriminación. Al poco tiempo, Simin se dio cuenta de otros peligros más grandes a los que se enfrentan los creyentes iraníes. El pastor de su iglesia en casa fue detenido. Simin y los demás miembros de esta comunidad cristiana sabían que debían evitar reunirse o contactar entre ellos, ya que, si lo hacían, pondrían en peligro a todo el grupo. Simin y Mohsen creían que sería el fin de los cristianos en su ciudad. Pero Dios tenía otros planes.
El Espíritu Santo impulsó a la pareja a seguir compartiendo las buenas noticias de Dios con sus amigos y familiares. Vieron como Él obraba en sus corazones y le conocían de verdad. Y así, Dios transformó la casa de Simin en una iglesia que acompañaba a los nuevos cristianos que acababan de romper con el islam. Por ello, la pareja sabía que debía tener mucho cuidado.
«Nos reuníamos con precaución, teniendo cuidado con los vecinos», relata Simin. «Intentamos crear un espacio tranquilo para orar y alabar. Nos reuníamos en el salón, asegurándonos de que todas las puertas y ventanas estaban cerradas, e intentábamos no hablar muy alto». Por desgracia, tener cuidado no fue suficiente.
En la madrugada de un caluroso día de verano de 2019, Simin se despertó al oír a 12 policías irrumpiendo en su casa y vociferando muy enfadados. «¿Qué le va a pasar a mi familia? ¡Que Dios nos proteja!», pensó en aquel momento.
La familia de un chico que se había convertido al cristianismo gracias al testimonio de Mohsen había denunciado a la pareja ante las autoridades. Simin intentó esconder su móvil, para que los policías no pudieran conseguir información sobre otros creyentes, pero era demasiado tarde. Registraron toda la casa y encontraron cajas con Biblias y música cristiana, pruebas suficientes para la policía.
Simin y Mohsen fueron detenidos. Su hija de 2 años padecía una enfermedad digestiva y fue llevada con su madre, quien suplicó a los agentes que le permitieran dejarla al cuidado de otra persona. Pero se negaron y llevaron a toda la familia a la cárcel.
Mohsen fue separado de su mujer e hija. No tenían ni idea de lo que les esperaba. La niña estaba sufriendo, pero las autoridades no dejaron a Simin traerle sus medicinas.
Simin fue interrogada. «Primero, quisieron que les desvelara el paradero de otros creyentes. Después, pretendieron acusarme de estar relacionada con la política de otros países y de querer desviar a los demás en contra del islam y del Gobierno», recuerda Simin. «Pero yo solo quería que la gente conociera el amor de Jesús».
Al no obtener las respuestas que buscaban, llegaron las amenazas: «Si no vuelves al islam, pasarás años en la cárcel. ¿Y qué crees que le va a pasar a tu hija entonces? Aunque te soltemos, nadie va a querer contratarte».
Los días parecían años. Simin solo pudo ver a su marido en dos ocasiones y pasaba varias horas al día en la sala de interrogatorios. La cárcel en la que se encontraba era conocida por sus malos tratos y, cuando Simin se quejaba de ello, los funcionarios le decían que diese las gracias por no estar sufriendo más. Aparte del desgaste emocional, nuestra hermana también empezó a tener dolencias físicas. «Pedí ver a un médico, porque no me encontraba nada bien. Trajeron a alguien, pero que no conocía ni la terminología médica… No estoy segura de si realmente era un médico o no».
Simin no sabía qué sucedería con su familia y su futuro. Lo único que podía hacer era confiar en Jesús. Tenía miedo, pero podía sentir su presencia. «En esa celda solo estábamos yo, los calcetines de mi hija y Jesús», recuerda. Y eso le dio esperanza para seguir adelante.
Tras 18 días de encarcelamiento, tortura emocional e interrogatorios, Simin y Mohsen quedaron en libertad bajo fianza hasta la fecha del juicio. Poco después, les comunicaron que el juez había dado su veredicto. Ambos eran culpables de «propaganda contra el régimen» y de aceptar el «cristianismo sionista». Este término es un calificativo utilizado por los organismos de seguridad y judiciales de Irán para politizar la fe cristiana e imponer penas de cárcel más severas.
Mohsen fue condenado a un año de trabajos forzados y fue desterrado de la ciudad en la que vivían, para evitar que se comunicara con otros creyentes. Simin recibió una multa y, tal como preveía, fue despedida del trabajo. «Tan solo un par de horas tras la publicación de la sentencia, me llamaron del hospital para decirme que estaba despedida».
Simin y Mohsen no podían hacer nada. No sabían cómo sobrevivir y estaban destrozados por la pérdida de la comunión cristiana. Querían adorar a Jesús y servirle. Decidieron que la única manera de hacerlo sería dejarlo todo y a todos atrás, y huir de Irán. «¡Fue aterrador, pero teníamos que hacer ese sacrificio!», asegura Simin.
Así comenzaron su travesía para salir de Irán. Se escondieron durante siete meses en una habitación pequeña y sucia de la casa de un contrabandista durante la pandemia de COVID-19, situación que complicaba cruzar cualquier frontera. Tenían poco dinero y sabían que podían ser detenidos en cualquier momento.
«El islam y el régimen de Irán destruyen la identidad de la mujer»
Al final, pudieron escapar a un país cercano, donde ahora viven como refugiados. A lo largo de este camino incierto, Simin nunca pensó en negar a Jesús y volver a su antigua vida, y Dios mostró Su misericordia con ella y su familia. «Dios estuvo con nosotros, en cada paso que dimos», asegura. «Era imposible para una familia esconderse durante tanto tiempo. Tardamos 18 horas en pasar la frontera; íbamos en un camión frío y oscuro con otras personas, ¡pero mi hija enferma se curó por el camino y durmió tranquila!».
Tras soportar una persecución inimaginable, Simin y su familia se enfrentaron a nuevos retos al tener que buscarse la vida en una cultura y un idioma nuevos. Se pusieron en contacto con un trabajador de Puertas Abiertas y ella participó en una formación sobre discipulado impartida por la organización que ayuda a las mujeres a superar el dolor de la persecución. La formación también prepara a las participantes para servir a los demás. Simin siguió todo el curso a lo largo de un año, con reuniones a través de Internet además de conferencias y reuniones presenciales. Gracias a esta formación, la pareja comenzó un ministerio en línea.
«Aprendí mucho y pude recuperar la confianza», agradece Simin. «Con el tiempo empecé a mejorar mental y espiritualmente. Fue una gran ayuda cuando no tenía a nadie».
Dios ha seguido acompañando a Simin y Mohsen en su nuevo hogar. Ella nos cuenta que hace poco le diagnosticaron un cáncer de mama, pero que oró y Jesús la sanó. Dios también ha animado a Simin a ayudar y apoyar a otras mujeres que experimentan persecución.
«Aún no estoy completamente a salvo, pero entiendo el dolor de esas mujeres. Quiero consolarlas y servirlas», comparte con gozo. A través de su ministerio en línea, Simin enseña sobre la Biblia a mujeres de Irán y las equipa para liderar iglesias en casa.
«El islam y el régimen de Irán destruyen la identidad de las mujeres. Casi todas están destrozadas», explica Simin. Pero Dios la está usando para traer un avivamiento a las mujeres perseguidas. Esta mujer que se convirtió y lo arriesgó todo por seguir a Jesús es un testimonio vivo del poder y la esperanza de Jesús.
«¡Pero siempre he visto a Dios obrar!», defiende Simin.
*Nombres ficticios e imágenes representativas utilizados por motivos de seguridad.