Aunque solo tiene 13 años, Sepideh* tiene claro que no ha tenido una buena infancia o una que pueda recordar con cariño.
Es triste que alguien de tan corta edad pueda pensar de esa manera, pero Sepideh vive en Irán y es cristiana.
Además, tiene que lidiar con las constantes amenazas de su padre de denunciarla a la policía a causa de su fe.
Esta niña fue criada en un hogar musulmán, pero se convirtió al cristianismo después de escuchar el testimonio de su abuela, quien conoció a Jesús a pesar de tanta oposición.
«Mi madre era drogadicta», recuerda Neda*, la madre de Sepideh. «¡Quedé impactada al ver cómo su vida cambió después de conocer a Jesús! Yo también quise saber más sobre él y sobre la nueva fe de la que mi madre ahora formaba parte».
La transformación de su madre inspiró a Neda a buscar esperanza, paz y amor a través del cristianismo.
«No entiendo por qué mi padre cambió tanto. ¿Por qué ya no me quiere? ¿Solo porque he decidido amar a Jesús? ¿Por qué?»
Después de decidir seguir a Jesús, Neda y Sepideh comenzaron a asistir a una iglesia en casa donde fueron recibidas con una calidez y un cariño que jamás habían sentido. Por aquel entonces, Sepideh tenía tan solo 10 años, pero su fe no tardó en crecer.
«Disfrutaba mucho aprendiendo las historias de la Biblia», recuerda la pequeña. «Podía sentir el amor de Dios a través de cada una de esas personas. También me sentía a gusto cuando oraba con los otros niños. Era muy diferente de cuando oraba en el colegio». Sepideh aprendió sobre el Corán y las oraciones islámicas desde muy pequeña, ya que en las escuelas iraníes es obligatorio su estudio.
Sepideh y su madre asistieron a la iglesia en casa en secreto durante un año. Allí encontraron alegría, crecimiento espiritual y una comunidad que las apreciaba.
Sin embargo, su nueva fe en Jesús trajo consigo muchos peligros. En Irán, aquellos que se convierten al cristianismo suelen ser víctimas de persecución severa por parte del gobierno y de sus comunidades. Corren el riesgo de ser acosados, arrestados, interrogados, encarcelados e incluso reciben amenazas de muerte.
Sepideh y Neda han experimentado esto en sus propias carnes.
El padre de Sepideh es un fiel musulmán y muy estricto, por lo que saber que su hija y su esposa asistían a reuniones cristianas no hizo más que enfurecerlo. «Si os seguís juntando con esas personas, os denunciaré a la policía», las amenazó. «¡Veréis lo que pasa si me entero de que estuvisteis en casas de desconocidos otra vez!»
Neda y Sepideh se vieron obligadas a asistir a sus reuniones de manera virtual para no perder el apoyo espiritual y seguir creciendo en su fe. «Los únicos momentos de convivencia que teníamos eran con mi madre y con mi hermana», comparte Neda. «Podía conectarme a las reuniones virtuales cuando mi marido no estaba en casa. Mis hermanas en Cristo me dieron fuerza con sus oraciones a pesar de la distancia. Gracias a ellas, pude darle esperanza a mi hija también».
Las amenazas del padre de Sepideh no cesaron. «Mi hija y yo ocultamos nuestra fe y nos reunimos con otros cristianos en secreto, pero [mi marido] notó el cambio en nosotras», afirma Neda. «Ya no éramos como antes. Muchas veces discutió con nosotras por qué ya no hacíamos el azalá (oración islámica), incluso cuando él ponía el azán (llamado a la oración obligatoria) en casa constantemente y con el volumen al máximo. Cada vez poníamos una excusa distinta hasta que él abandonó sus responsabilidades como padre y esposo».
El padre de Sepideh dejó de suplir sus necesidades económicas y emocionales. «Tuve que ponerme a trabajar para mantener a mi hija. Él ni siquiera nos acompañó en ocasiones especiales como nuestros cumpleaños», explica Neda.
La presencia y el apoyo emocional de un padre es vital para sus hijos, ya que les ayuda a cultivar su autoestima y su sentido del valor propio, así como adquirir resiliencia. El padre biológico de Sepideh no le dio nada de eso, pero ella encontró su resiliencia y su valor propio en su Padre celestial, quien jamás la dejó desamparada.
Sepideh también enfrenta dificultades en la escuela, donde tiene que ocultar su identidad cristiana.
Aunque es una alumna excelente, el centro escolar obliga a todos los estudiantes a participar en los rituales islámicos.
El sistema educativo iraní impone la enseñanza de la religión islámica, por lo que la vida escolar es sumamente difícil para los alumnos que no son musulmanes.
Las niñas, cuya educación ya se ve limitada a nivel sistémico, son el grupo más afectado.
«Me es muy difícil hacer amigos. Igual es porque no puedo ser yo misma», comparte Sepideh con voz triste y apagada. «Me da miedo hablar sobre Jesús incluso con los compañeros a los que considero cercanos».
Neda teme por su hija. «No es fácil ser aceptado en la sociedad», comenta Neda con angustia. «Me preocupa su futuro».
«Podía conectarme a las reuniones virtuales cuando mi marido no estaba en casa. Mis hermanas en Cristo me dieron fuerza con sus oraciones a pesar de la distancia. Gracias a ellas, pude darle esperanza a mi hija también»
A pesar de las presiones y la soledad, Sepideh y su madre se mantienen fuertes en su fe. Consiguieron asistir a una conferencia cristiana en el extranjero haciéndose pasar por turistas.
«Tuve que esperar mucho, pero por fin pude pasar unos días con amigos cristianos de mi edad. ¡Estaba muy contenta! No sentí miedo. Jugamos juntos, leímos la Biblia y alabamos a Dios sin necesidad de reprimirnos. Ojalá pudiera volver a vivir esos momentos por siempre»
«Tuve que esperar mucho, pero por fin pude pasar unos días con amigos cristianos de mi edad», recuerda Sepideh. «¡Estaba muy contenta! No sentí miedo. Jugamos juntos, leímos la Biblia y alabamos a Dios sin necesidad de reprimirnos. Ojalá pudiera volver a vivir esos momentos por siempre».
Tanto Sepideh como Neda fueron bautizadas durante la conferencia, lo cual fue un momento muy importante en sus vidas como cristianas desde que se convirtieron.
«Después de mi bautizo, sentí que mis fuerzas fueron renovadas por el Espíritu Santo», reflexiona Neda. «Si echo la vista hacia atrás, ahora sé que Dios me estaba preparando para una batalla».
De vuelta en Irán, las condiciones a las que tuvieron que someterse eran todavía más severas que cuando partieron.
El régimen iraní es conocido por sus estrictas restricciones a la libertad de religión, bajo las cuales los cristianos son víctimas del escrutinio y la hostilidad. Por si fuera poco, el padre de Sepideh se comportaba de manera más hostil que antes; salía toda la noche y se drogaba. En una ocasión, llegó a acusar a Neda de serle infiel.
«Era duro ver que mi hija no recibía ningún tipo de amor o cuidado por parte de su padre», confiesa Neda. «A mí también me hacía daño. Traté de amarlo y de mostrarle el amor de Dios, incluso cuando venía a casa drogado y me pegaba. Sepideh y yo oramos por él constantemente».
Una noche, la niña y su madre volvían a casa de visitar a un amigo; pero cuando llegaron, la puerta estaba cerrada con llave. El padre de Sepideh ya no las quería en el hogar. «Sentí mucho miedo cuando oí a mi padre gritar a mi madre desde la puerta de casa», se lamenta la pequeña. «Recuerdo cómo nos dijo que ya no nos quería. Me quedé paralizada y no sabía qué hacer. Amaba a mi padre, ¿pero qué podía hacer? Él me quería fuera de su vida».
Esta situación llevó a Neda y a Sepideh al límite, y ahora ambas deben prepararse para un futuro incierto. Las madres solteras en el Irán musulmán cargan con el peso de una sociedad que las devalúa como personas y les roba su autonomía.
A todas las mujeres se las considera menos capaces de tomar decisiones que los hombres y necesitan la aprobación de sus maridos o parientes masculinos incluso para realizar actividades del día a día como hacer la compra.
Normalmente, se espera que las mujeres casadas dejen de lado su independencia para cumplir con las demandas de sus maridos, sobre todo si se convierten desde el islam a otras religiones. Está mal visto que una mujer se divorcie y a muchas no les queda otra opción que regresar a casa de sus padres, aunque eso signifique perder la custodia de sus hijos. Además, les es sumamente difícil encontrar trabajo.
«No sé cuál será la decisión del juez», admite Neda. «No puedo hacerme muchas ilusiones y sé que la vida como madre soltera en nuestra sociedad no será fácil. Sepideh también lo pasará mal, pero sé que Dios nos ve y conoce nuestra situación. Él le ha dado paz a mi corazón y sé que nos protegerá y nos guiará sin importar los resultados».
A pesar del miedo y de las dificultades, Sepideh y su madre siguen aferrándose a su fe en su Señor. Esto no impide que la niña se haga las mismas preguntas que cualquier otro niño se haría si fuese abandonado por su padre. «No entiendo por qué mi padre cambió tanto», reflexiona Sepideh. «¿Por qué ya no me quiere? ¿Solo porque he decidido amar a Jesús? ¿Por qué?»
Por muy duras que se pongan las cosas, Sepideh nunca deja de alentar a Neda y de darle esperanza. «Cuando me siento triste y pierdo la esperanza, Sepideh siempre me da todo su apoyo», comparte la madre con alegría. «Me recuerda: ‘¡No debemos olvidar que somos hijas de Dios, mamá!’».
El testimonio de Sepideh nos enseña lo que es mantenerse fuerte ante la persecución, aun siendo tan joven. Aunque su situación es difícil, ella no pierde la fe, pues sabe que Jesús la guiará y la protegerá hasta en los peores momentos.
Su vida es un claro ejemplo de lo que está escrito en 1ª de Timoteo 4:12-13: «Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza».
Durante tres años, Neda ha participado en los programas virtuales que ofrece Puertas Abiertas. Tanto Neda como Sepideh asisten a las reuniones virtuales organizadas por los colaboradores de Puertas Abiertas. Las reuniones de oración, las clases de discipulado y las sesiones de terapia han ayudado a Neda a crecer en su fe y a lidiar con sus batallas espirituales. Gracias a ellas, también ha podido cuidar de sí misma y de su hija en medio de las situaciones difíciles. La conferencia que se menciona en esta historia también fue llevada a cabo por los colaboradores de Puertas Abiertas.
*Nombre ficticio e imagen representativa utilizados por motivos de seguridad.