Cada mañana, cuando Rumana se levanta, empieza el día como muchos otros niños de 9 años. Se lava la cara y desayuna. Ora por su día y pide a Dios que la bendiga. Mete su estuche y los libros en la mochila y se va al colegio.
Pero camina sola el kilómetro y medio que la separa de la escuela. Y cuando llega al centro, nadie la saluda ni se sienta cerca de ella en clase. Está rodeada de gente en la escuela, pero está completamente sola.
Y todo porque es cristiana.
La familia de Rumana sigue a Jesús en un pueblo predominantemente musulmán del noroeste de Bangladés. La gente es reacia a relacionarse con ellos por miedo a ser rechazados por la comunidad.
Pero además, persiguen a Rumana y a su familia por abandonar la religión mayoritaria y convertirse al cristianismo. Es algo que la familia ha aceptado como parte de su fe cristiana. Sigue siendo difícil escuchar lo doloroso que es seguir a Jesús para Rumana, sus dos hermanos y sus padres.
«Cuando estoy sola y no pueden verme, lloro»
Y, sin embargo, esta joven muestra una fortaleza increíble. Queda claro casi de inmediato que está decidida a seguir a Jesús, cueste lo que cueste. La persecución ha afectado a casi todos los aspectos de su vida, pero ella no duda en creer en un Dios que la ama.
Rumana está en quinto curso. Debe caminar el kilómetro y medio que la separa de la escuela porque su familia no puede permitirse pagar un viaje en rickshaw (vehículo tradicional y ligero de dos ruedas). Pero no se queja. Le gusta aprender y por eso va todos los días a clase. Aquí donde la fe de Rumana la convierte en una marginada.
«No tengo amigos en la escuela porque soy cristiana y mis padres también lo son», dice.
«Si me siento con ellos, sus padres les regañan diciendo: 'Es cristiana. No puedes mezclarte con ellos porque [los cristianos] son malos'. Mis profesores [también] les regañan diciendo: 'No te juntes con la cristiana. Si te mezclas con ella, puede que también te conviertas'. Por eso no me junto con nadie. Estoy sola».
Cuando los alumnos tienen recreo en la escuela, se les permite corretear por un campo cercano. Pero otros niños se niegan a que Rumana participe en sus juegos.
«Yo juego sola con mis juguetes», dice. «Ellos juegan juntos y se divierten mucho. Verlos jugar desde la distancia también me produce alegría».
«Juego al Kut Kut (un juego parecido a la rayuela)», continúa. «También he inventado un juego. Dibujo un círculo en mi cuaderno y pongo algunos números dentro. Luego cierro los ojos e intento colocar el bolígrafo al azar en uno de los números. Luego me doy un premio según el número en el que caiga. Así es como juego sola».
Los niños de la escuela se burlan de Rumana con comentarios crueles por ser cristiana, pero ella opta por no decir casi nada, algo que puede frustrar a sus acosadores. «Cuando dicen algo, sonrío. Así no sabrán que estoy dolida. Si no, pensarán que me siento mal y que voy a llorar, y lo harán más a menudo. Pero lloro cuando estoy sola. Así no pueden verlo».
Bajo las lágrimas y el dolor, Rumana tiene una perspectiva extraordinaria para alguien de su edad, y muestra cómo Dios actúa en su corazón y en su vida. «Se lo conté todo a Dios para sentirme mejor», explica. «¿Por qué iba a enfadarme con ellos? Les perdono. No me enfado con nadie. Si lo hago, me sentiré mal conmigo misma».
De vez en cuando, sus compañeros actúan violentamente con ella. Un día, estaba sentada en las escaleras y unos niños la empujaron. «Me caí [por las escaleras] y estaba llorando. Pero ellos se reían, y nadie me ofreció ayuda», recuerda Rumana. «Me quejé a mi profesor, pero me dijo: 'Te has caído sola’. Mis compañeros también mintieron al profesor diciéndole: 'Se ha caído sola, no la hemos empujado. No la empujamos'. Mi profesor no me escuchó y me llamó mentirosa».
En lugar de defenderse, Rumana ora. «Todos los días oro a Dios por ellos», dice. «Incluso en mi oración del mediodía, también oro por ellos».
Cuando Rumana vuelve a casa, por fin encuentra a alguien que se preocupa por la persecución y el acoso que sufre: «Mi madre dice: 'La gente siempre te maltratará, pero tú debes seguir al Señor. Guarda siempre Sus palabras en tu corazón. No pasa nada por estar sola. Siempre puedes volver a casa'».
Esto es mucho para una niña pequeña. Sin embargo, Rumana no tiene reparos en decir lo que piensa. Una vez, sus compañeros le preguntaron por qué estudiaba allí y no en una escuela cristiana, y ella se envalentonó al decirles que las escuelas públicas eran para niños de todas las religiones, ya fueran cristianos, musulmanes e hindúes.
También quiere quedarse en su escuela porque sabe que, recibiendo este tipo de educación, tiene más posibilidades de cumplir su sueño: ser maestra.
«No dejaré que eso les pase a otros niños. Les enseñaré. Igual que yo tengo un futuro, ellos también lo tendrán»
«La gente me persigue», dice. «No dejaré que eso les pase a otros niños. Les enseñaré. Igual que yo tengo un futuro, ellos también lo tendrán. Por eso les enseñaré bien. Les diré: 'Estudiad todo lo que podáis. Yo fui una vez como vosotros, y también sufrí mucho. Pero ahora he cumplido mi sueño. Si queréis, también podéis llegar a ser alguien como yo'».
No sólo desea educar a los niños. Cree que muchos adultos también tienen ideas erróneas acerca de la fe cristiana.
«Les enseñaré a ellos también para que puedan entendernos», explica. «Porque hay personas mayores que no entienden muchas cosas. Así que, por el bien de nuestro país, les enseñaré».
También considera que el estatus de maestra la protegerá. «Mi pueblo es un pueblo grande», dice. «Pero como soy más joven, ahora nadie me cree. Me regañan y me pegan. Si me convierto en maestra, entonces nadie podrá pegarme. Todos tendrán que escuchar a la maestra».
Rumana y su familia han sufrido muchos ataques por seguir a Jesús. Una vez, cuando la madre de Rumana estaba fuera de casa lavando la ropa, unos vecinos llegaron y empezaron a gritar a Rumana.
«Empezaron a insultarme y a empujar la pared de hierro de nuestra casa», recuerda. «Parecía que querían derribarla. Pero yo me quedé callada... ¡Me maltrataban llamándome prostituta! Me decían: 'Ven aquí, o te mato'. Pero no fui [con ellos]».
En otra ocasión, unos vecinos intentaron golpear a su madre con una fregona y lanzaron ladrillos contra su casa en múltiples ocasiones. Pero uno de los sucesos más traumáticos para Rumana y su familia ocurrió un día cuando volvía del colegio. Al acercarse a su casa, la pequeña cristiana de 9 años sólo veía fuego y humo saliendo del tejado. Los vecinos tenían a su hermano pequeño inmovilizado, mientras su madre intentaba apagar el fuego.
Rumana no sabía qué hacer. «No tenía ni idea y me preguntaba: ‘¿Qué hago ahora?’. El fuego era enorme porque había muchos palos secos en nuestra casa. Nadie de nuestro pueblo nos ofreció ayuda. Todos se limitaban a mirar».
Su padre había vuelto corriendo a casa desde el trabajo. La situación era desesperante.
«Vi a mi padre llorando y retorciéndose en el suelo», cuenta. «No quedaba nada de nuestra casa. Todo se había ido. Yo también lloraba».
«No quedaba nada de nuestra casa. Todo se había ido. El fuego era enorme. Nadie de nuestro pueblo nos ofreció ayuda»
El padre de Rumana se sintió tan abrumado por el trauma que se desplomó en el suelo. La familia preguntó a un vecino si podían llevárselo a su casa para que descansara. Pero los vecinos se negaron, alegando que serían perseguidos por la comunidad si ayudaban a la familia. En su lugar, preguntaron a uno de sus primos si podía llevar al padre al hospital. Pero también él se negó.
El padre de Rumana seguía angustiado. Una mujer se apiadó de él y dejó que la familia lo llevara dentro para que se recuperara, y un viejo amigo de él, un hombre musulmán, les dio 1.000 BDT (algo menos de 10 dólares) para pagar el tratamiento médico. Llamaron al médico del pueblo, quien le inyectó una solución salina, pero el padre de Rumana seguía sin responder. Podían oírle llorar para sus adentros: «Mi casa, mi casa».
«He seguido adelante gracias al amor de Jesús»
Al final, el pastor recobró el sentido y la dueña de la casa en la que se alojaba le pidió que se marchara para evitar el ostracismo del vecindario.
Sin otro sitio adonde ir, construyeron un cobertizo en su patio y empezaron a vivir allí. «Nadie nos dejó quedarnos», dice Rumana. «Sin nada que ponernos y con la incertidumbre de qué comer, estábamos totalmente desamparados. Todos llorábamos».
Ese día, la familia perdió la mayoría de sus posesiones.
Al día siguiente, Rumana recorrió los restos carbonizados de su casa y buscó todo lo que pudo salvar. Milagrosamente, algunas cosas sobrevivieron, incluida una Biblia. Pero la niña estaba más preocupada por dos objetos que atesoraba: un himnario cristiano que había tomado prestado de la escuela dominical y una copa del día de deportes del colegio, cuando ganó una carrera. Pronto se dio cuenta de que habían desaparecido, convertidos ahora en cenizas.
A pesar del dolor y la violencia, la familia sigue viviendo para Jesús. Y una fuente constante de alegría para Rumana es la escuela dominical. Es un momento a la semana en el que puede cantar canciones, aprender sobre Dios y estar con sus amigos. Es un lugar en el que no está sola. «Me encanta la escuela dominical porque no hay celos ni peleas, y podemos jugar todos juntos», dice.
Le encantan las canciones que cantan. En particular, una que dice:
«Como Él me perdona.
Como Él me dio la vida.
Como Él me perdona.
Como Él volverá otra vez».
Otra de sus canciones favoritas dice:
«Luz, Luz, Luz.
Qué hermoso es observar.
El primer día, Dios vino al mundo.
En el segundo día, hubo provisión. En el segundo día, hubo provisión.
El comienzo de una nueva vida.
El comienzo de una nueva vida».
Pero hasta ir a la iglesia le daba miedo en el pasado. Rumana recuerda un incidente en el que los niños del pueblo la desafiaron cuando se dirigía a la iglesia, impidiéndole el paso. Se burlaron de su fe y, cuando ella se mantuvo firme, el encuentro pasó a las manos.
«Me dieron de bofetadas y salieron corriendo», cuenta. «Luego me tiraron piedras».
Rumana fue golpeada y resultó herida, pero sabe que quejarse no cambia nada. Ahora va a la iglesia en tuk-tuk (un medio de transporte) con una amiga de la escuela dominical y su padre. Eso la mantiene a salvo y la ayuda a ir a un lugar donde puede crecer en su fe. «Jesús me ama», dice simplemente. «Sólo gracias al amor de Jesús he sobrevivido hasta ahora, a pesar de toda la persecución. Su amor me ha guiado hasta aquí, y sé que estoy en el camino correcto gracias a Su amor».
Está decidida: «Pueden decir cosas malas. No tengo ningún problema porque tengo a Jesucristo conmigo».
«Sólo gracias al amor de Jesús he sobrevivido hasta ahora, a pesar de toda la persecución»
La escuela dominical de Rumana está dirigida por colaboradores de Puertas Abiertas. Todo forma parte de la misión de Puertas Abiertas de fortalecer la iglesia en Bangladés (puesto 26 en la Lista Mundial de la Persecución 2024), especialmente en lugares donde seguir a Jesús puede ser tan complicado.
La escuela dominical es una buena manera de proporcionar formación y esperanza para el futuro de la Iglesia local, tan dependiente de los niños como Rumana.
Allí aprenden versículos de memoria, cantan a Dios y se les enseña a orar, cosas muy valiosas para soportar la persecución.
También le han enseñado cuánto la ama Jesús.
«Soy muy valiosa para Jesús», dice. «No me peleo con los demás, ni riño con ellos, ni me porto mal con ellos. Soy valiosa para Él».
La Navidad es un día de celebración para Rumana. Comienza poniéndose un vestido nuevo, algo que espera con alegría. La familia se dirige a la iglesia que dirige su padre, situada en un edificio sencillo con suelo de barro y paredes y techo de chapa ondulada, que decoran con flores. Para las familias cristianas que sufren persecución, el día de Navidad es una oportunidad para olvidar las cosas malas que soportan por su fe y celebrar a Aquel que les ha dado una nueva vida.
Pero, sobre todo, es un día en el que Rumana no está sola en su fe. Puede alegrarse y celebrar con otros cristianos, aunque siga viviendo en un entorno que la desprecia a ella y a su familia.
«Me encanta celebrar la Navidad porque todos los cristianos, incluido mi profesor de la escuela dominical, nos reunimos para cantar canciones y leer la Biblia», dice. «A veces leemos un libro de cuentos. Recitamos los versículos de la Biblia que aprendimos en la escuela dominical».
«Sé que estoy en el camino correcto»
Después de orar llega un momento especial. En lo que se ha convertido en una tradición donde viven, celebran el nacimiento de Jesús con un pastel.
«Después de cortar la tarta, tenemos nuestra comida juntos», dice. «Más tarde, jugamos. Por la noche, volvemos a casa».
En Navidad, los colaboradores de Puertas Abiertas reparten mantas a todo el mundo. Las temperaturas en invierno bajan considerablemente con respecto al calor abrasador del verano.Puede recitar el pasaje de Mateo sobre el nacimiento de Jesús y disfruta mirando los dibujos. «Me gusta la parte en la que le ponen el nombre de Jesucristo», dice.
«Además, el día que nació Jesús, había una gran estrella. Había una estrella muy grande. ¡La vi en el libro de cuentos que me habéis proporcionado!».
Rumana ya ha sufrido mucho en sus pocos años de vida. Y su familia también ha sufrido mucho.
Probablemente, seguirá sufriendo persecución y amenazas a causa de su fe. Es parte de ser un seguidor de Jesús en esta zona de Bangladés.
Sin embargo, momentos como la celebración de la Navidad le dan fuerzas para seguir adelante. Tiene gente que la quiere y que le recuerda también cuánto la quiere Jesús.
No importa lo sola que se sienta cuando va a la escuela cada día; días como la Navidad le recuerdan que pertenece al Cuerpo de Cristo. Por eso puede seguir caminando con Él, aun sabiendo que el camino será peligroso.