Con los ojos llenos de lágrimas, Sahar se metió en el taxi. Su casa, donde estaban sus dos hijos pequeños, desaparecía lentamente a sus espaldas. ¿Quién les arroparía por la noche si ya no se le permitía verles? Nunca había sentido tanto dolor en el corazón. «Dios, ¿por qué permites que ocurra esto?»
Parecía que Sahar lo tenía todo: un marido cariñoso, dos hijos preciosos y ninguna preocupación por el dinero. Pero por dentro, las cosas eran diferentes. «Me sentía vacía», dice cuando comparte su historia con nosotros en Turquía. «Anhelaba la presencia de Dios, pero no podía encontrarle».
Como mujer, Sahar se sentía infravalorada y temerosa. «Solo entendí el porqué de eso más tarde», explica. «Tuve la suerte de crecer en una familia que valoraba por igual a los niños y las niñas, pero todo en la sociedad, todas las leyes y todas las interacciones apuntaban en otra dirección. En la sociedad islámica iraní las mujeres y las niñas son vistas como menos inteligentes, menos valiosas e incapaces de tomar decisiones».
Sahar indica: «No puedes escapar a este patrón de pensamiento: está en todas partes, desde el día en que naces. Si nace una niña, es una decepción; si nace un niño, es motivo de celebración. Incluso en mi matrimonio, tenía que pedir permiso a mi marido cuando quería hacer las cosas más insignificantes. Por ejemplo, si quería salir, tenía que pedirle permiso».
«¡Le estuve buscando durante 24 años! Pero nadie podía responder a mis preguntas».
Sahar intentó encontrar valor en la religión islámica. «Mis padres no eran muy religiosos, pero debido al vacío que sentía dentro de mí, empecé a buscar a Dios desde muy pequeña. Cumplía voluntariamente el Ramadán, oraba con frecuencia y, durante un tiempo, incluso vestí de forma muy conservadora. No me sirvió de nada; como niña, no tenía identidad».
El Corán tampoco le dio respuestas, todo lo contrario: «No podía ignorar la desigualdad entre hombres y mujeres que mostraba ese libro,» dice. «Era muy inquietante. Realmente intentaba encontrar al verdadero Dios. ¡Le estuve buscando durante 24 años! Pero nadie podía responder a las preguntas que pesaban en mi corazón».
Entonces, un día, la cuñada de Sahar vio su desesperación y compartió el Evangelio con ella. «Me dio el Nuevo Testamento», recuerda Sahar.
«Lo leí de principio a fin. Había visto a mi cuñada transformada por este libro y eso fue lo que me animó a leerlo. Cuando cerré el libro dije: "Esta es verdaderamente la Palabra viva de Dios, y solo este Dios puede ser justo y santo"».
«Observé la misericordia, justicia, santidad y amor que había en este libro y encontré al Dios que los personificaba. Fue Él quien me estaba llamando desde el principio».
La presencia de Dios llenó el vacío que Sahar tenía en el corazón: «Sentí un sosiego que llenaba mi espíritu, mi alma y mi vida. Sabía que era divino. El amor que sentía por la gente era tremendo, lo sentía incluso por personas que me caían mal. Supe inmediatamente que ese amor no era mío, sino de Dios. Fui transformada por Cristo».
La entrada de Jesús en la vida de Sahar tuvo un gran impacto en su visión de sí misma: «Un día oí en mi corazón algo extraño del Espíritu Santo. Me dijo: "eres mi hija, yo te elegí y servirás entre las mujeres de distintas naciones". Me quedé sorprendida. Recuerdo claramente que le pregunté a Dios en voz alta: "¿Cómo puede ser esto? Soy mujer, ¿es posible esto?"».
Igual que hizo cuando era musulmana, Sahar recurrió a los libros. Estudió la Biblia y la literatura cristiana en busca de pistas sobre lo que Dios tenía reservado para las mujeres: «Leí sobre los puntos de vista bíblicos de la mujer en el cristianismo, y la visión que Cristo tenía de la mujer, y lo entendí. Hizo que me liberara y sanara, paso a paso. Mi caminar con Dios me hizo sentir su amor cada vez más, día a día. Esto me hizo estar segura de mi identidad como hija de Dios. Sentí como una gran victoria. Le prometí a Dios que serviría a las mujeres donde pudiera».
Aunque Sahar había encontrado todo lo que había buscado a lo largo de toda la vida, tuvo que enfrentarse al mundo musulmán que la rodeaba y en el que seguía viviendo. Al principio, tuvo que enfrentarse a su marido, que era un musulmán convencido: «Sabía que si mi marido se hubiera dado cuenta de que me había hecho cristiana, se habría enfadado mucho», dice Sahar.
Sahar sabía que se enfrentaría a los mismos peligros a los que tienen que enfrentarse muchas mujeres recién conversas en el mundo musulmán. La falta de derechos en su matrimonio se convertiría en una herramienta para que su marido le presionara para renunciar al cristianismo.
«Existía una posibilidad real de divorcio», explica, «y seguramente me habrían quitado a mis hijos por renunciar a ser musulmana. Ni siquiera me dejarían verlos, porque me quitarían todos mis derechos por ser conversa».
Pero peor que la vergüenza era el dolor y la preocupación por sus hijos. «Clamaba a Dios, preguntándole por qué me había hecho madre y luego me había dejado pasar por esto. Le preguntaba quién cuidaría de mi hijo de cinco años, quién le arroparía por la noche. Mi corazón estaba roto, como persona, como mujer, pero sobre todo como madre».
A pesar de las tribulaciones, en medio de todo el dolor, Sahar consiguió aferrarse a su salvador y poner su confianza en Él. «Estaba tan ansiosa y sedienta de Dios que tomé una determinación y encontré algo en la presencia de Dios que ninguna otra cosa podía suplir. Sentí en ese momento que estaba haciendo lo correcto. Puse a mis hijos y mi matrimonio en el altar; sabía que Dios controlaba la situación. Sabía que Él haría algo. A través de todo este dolor, sentí su presencia».
«Encontré algo en la presencia de Dios que ninguna otra cosa podía suplir».
Ante la amenaza de un largo encarcelamiento, Sahar y su familia abandonaron el país poco después de ser puesta en libertad. Ahora viven en Turquía, donde Sahar sigue cumpliendo su promesa a Dios y trabajando con nuevas conversas de trasfondo musulmán. Muchas de ellas se encuentran en situaciones aún más difíciles que la suya. «Hago todo lo que puedo, estoy a su lado, oro con ellas, les escucho y consuelo».
Y Sahar, a su vez, no está sola: tú estás a su lado. Gracias a tu oración y apoyo recibe la capacitación y el aliento que le ayudan a crecer en su papel de trabajadora a favor de las mujeres, y le proporcionan profundos conocimientos bíblicos para respaldar su labor.
Hay mil millones de mujeres musulmanas en el mundo. No sabemos cuántas de ellas son en realidad creyentes clandestinas. Lo que sí sabemos es que todas ellas necesitan a una hermana como Sahar a su lado. Con tu apoyo, pero aún más con tu oración.
«Hay una enorme presión sobre estas niñas y mujeres», dice Sahar. «Por favor, ora para que las mujeres reciban el coraje del Espíritu Santo. Que reciban la sabiduría de Dios para que sepan que Dios les cubre las espaldas, les dará poder y les protegerá».