El taxi llegó al anochecer. El pastor Jeremías* estaba al volante. Me apresuré a entrar con dos creyentes, el pastor Meshach, un compañero de Puertas Abiertas, y un miembro de su iglesia, el hermano Tenzin. “Jai mashi”, nos inclinamos al saludar al pastor Jeremiah, con las manos juntas como en una oración. Para los creyentes butaneses saludarse unos a otros con jai mashi significa bendecirse los unos a los otros. Es una expresión nepalí que significa: “que la gracia de Dios esté contigo”.
La noche se había vuelto más oscura y la niebla era más espesa. Teníamos que ir deprisa. El pastor Jeremías desdobló dos hojas de papel. “Esto es lo que la policía me enseñó cuando vinieron”.
La primera hoja era un comunicado del Gobierno pidiéndole al pastor Jeremías que desmantelara su iglesia. Decía que tres comunidades se habían quejado en repetidas ocasiones sobre la manera en que la congregación practicaba el cristianismo ya que este no se ve con buenos ojos “debido a las creencias locales”. En la carta se le pedía al pastor que “trasladara la iglesia para evitar algún conflicto”. Y no, “la administración no estará en disposición de proporcionar ayuda”.
La segunda hoja mostraba el recurso que interpuso el pastor Jeremías ante el Gobierno para que la iglesia no fuera desmantelada, una apelación que presentó tres semanas antes de la última visita de las autoridades.
El pastor Meshach explica que esta es la primera vez que han visto un documento elaborado para el traslado de una iglesia. Anteriormente, cuando a los pastores y a las congregaciones se les pedía que se marcharan, el intercambio solo tenía lugar de manera verbal. Ahora, para nuestra sorpresa, teníamos en mano la documentación correspondiente. “Debe de ser importante para las autoridades locales sacarlos de allí”, afirmó el hermano Tenzin. “Tenía que ser para ellos una prioridad para presentar un comunicado así”.
La congregación del pastor Jeremías se trasladó tan solo hace unos días. Numerosos vecinos se quejaron, según insistieron los representantes del Gobierno local. Así que durante un culto de adoración, por lo demás tranquilo, el pastor Jeremías y más de un centenar de los miembros de su iglesia recibieron una visita de las autoridades.
“Aquel domingo (7 de agosto) vinieron quince agentes de policía”, explica Jeremías. “Estábamos celebrando nuestro culto de adoración. Inmediatamente comenzaron a ejercer su autoridad. Comenzaron a golpear las puertas y dijeron 'No se os permite celebrar vuestro culto aquí. Este no es el lugar donde deberíais celebrarlo'. Al día siguiente, los representantes del Gobierno nos mostraron esta carta”.
A pesar de que el cristianismo está creciendo en Bután, aún sigue sin ser reconocido. No hay ninguna iglesia construida en el país. Las congregaciones se reúnen en sus casas y tienen que hacerlo de manera silenciosa porque sus reuniones peligran si los vecinos se quejan. Aunque constitucionalmente está permitido profesar otras religiones en el país, el budismo continúa vinculado a la identidad nacional. El budismo fue, es y será siempre parte del programa gubernamental. El budismo sigue reinando. “Aquí en Bután nos persiguen de manera pacífica”, comenta el hermano Tenzin, un experto en la cultura butanesa. “Nos enorgullecemos de ser una nación pacífica. Así que cuando el Gobierno persigue, la violencia es mínima. Son silenciosas, pero las restricciones están ahí”.
El pastor Jeremías continúa con su historia: “Pedí a la policía que nos dieran algunos días más para que pudiéramos recogerlo todo. Que nos dieran tiempo para empacar. Pero tuvimos que desalojar el sitio. Los demás no pudieron hacer nada porque nos obligaron a abandonar el lugar. Nos sometimos a las autoridades y demolimos el lugar nosotros mismos. Tuvimos que irnos”.
“Esta ciudad ha sufrido recientemente un aumento en la persecución”, agrega el pastor Meshach. “No una persecución física, pero se nos oprime por todas partes”.
Continuó explicando que, a veces, cuando los propietarios no creyentes se enteran de lo que los pastores hacen en sus casas, incrementan el precio del alquiler. “Justo esta última semana (la segunda semana de agosto), después de tener un seminario para matrimonios, a otro pastor, al pastor Andro, le pidieron que pagara un aumento repentino del alquiler”, dice Meshach. ”Estaban pagando, creo, 11 500 ngultrum (150 euros) al mes. Les pidieron prácticamente el doble. En dos ocasiones les pidieron pagar 25 000 ngultrum (330 euros)”.
“Otro pastor, el pastor Abram, también ha sufrido presiones similares. La gente del pueblo se juntó y presentaron informes que decían que su casa se utilizaba como iglesia, cuando en realidad él es el dueño de la propiedad”.
“De una manera muy organizada nos están presionando por todas partes”
Cuando le pregunté al pastor Jeremiah cómo estaba y cómo se estaban manteniendo los miembros de su congregación, ni siquiera se inmutó. “Me entristezco por nuestra situación como cristianos”, explica. “Nos reunimos para orar. No tenemos un lugar para poder juntarnos como cuerpo de Cristo para orar. Ahora nos hemos dispersado. Solo han pasado unos días, pero aún nos resulta difícil reunirnos”.
El pastor Meshach prosiguió: “Hasta ahora siguen buscando un lugar y, en cierta manera, creo que están muy preocupados porque no saben adónde ir ni qué hacer después”.
“Seguiría adelante”, afirmó Jeremías. “No he sido derrotado. Buscaría un lugar y continuaríamos con el culto”.
Habían pasado quince minutos desde que entramos en el taxi. La niebla era aún espesa y la calle en la que estábamos todavía continuaba vacía.
“Déjanos orar por ti, pastor”, dijo el pastor Meshach.
“No deberíamos estar aquí”.
*Todos los nombres han sido cambiados y los lugares han sido ocultados para proteger a las personas de esta historia.