Seguramente no se te ocurriría mencionar a Colombia si hablamos sobre la persecución hacia los cristianos. Como casi todo el mundo, conocerás este país latinoamericano por sus preciosos paisajes, la solidaridad de su gente, e incluso por su gastronomía variada. Sin embargo, dentro de sus imponentes montañas, hay grupos de cristianos que sufren discriminación social, violencia física, amenazas, desplazamientos forzados y muchos más tipos de ataques.
A veces, incluso los cristianos colombianos son asesinados. Ese fue el triste caso de Mateo*, el hermano gemelo de Thiago*.
Han pasado ya seis años desde que este joven cristiano tuvo que huir de su pueblo. Actualmente tiene 19 años, pero cuando tenía 13, acudió al Centro para Niños de Puertas Abiertas buscando refugio. Desde entonces, ha podido entender de primera mano por qué su país natal ha pasado de ocupar el puesto 50 en la Lista Mundial de Persecución de 2017 a ser el país número 34 más peligroso del mundo para los cristianos según la LMP 2024.
«Se reunían para hacer brujería y a veces ponían cosas en nuestro camino (...). Era muy duro»
Thiago conoció la persecución desde muy pequeño. A causa de su fe cristiana, él y su familia han sido constantemente marginados por parte de las autoridades indígenas locales. Incluso en su escuela, le obligaban a participar de rituales y prácticas espirituales contrarias a sus creencias.
En aquel momento, una tía suya trabajaba en una escuela cristiana independiente dentro de su comunidad. «Mi tía trabajaba para que los jóvenes que estudiaban ahí no se apartaran de la palabra del Señor», recuerda Thiago. Él y su hermano Mateo empezaron a asistir a este colegio cristiano, agradecidos por tener un lugar en el que aprender y en el que no se verían obligados a participar en prácticas religiosas no cristianas.
Aunque tenía que recorrer a pie varios kilómetros para llegar al centro, Thiago disfrutaba el camino junto a su hermano. Pero esos viajes no durarían mucho tiempo.
El «cabildo», que es la mayor autoridad de una comunidad indígena, decidió retirarle las ayudas del gobierno a su familia porque no participaban en los rituales y protestas que los miembros de su comunidad llevan a cabo. Por este motivo, Thiago y Mateo tuvieron que dejar la escuela y empezar a trabajar para ayudar a su madre durante este período de escasez.
«Fue una etapa muy dura ya que, aunque mi hermanito tenía poco más de un año, a veces yo tenía que encontrar la forma de conseguir más dinero mientras mi madre trabajaba, o me quedaba para cuidar de Mateo. Y así estuvimos durante mucho tiempo», recuerda Thiago con pesadumbre.
A pesar de los días tan intensos de trabajo, Thiago y su familia no dejaban de ir a la iglesia. Durante sus paseos a través de la comunidad que les marginaba, recibían otros tipos de ataques por parte de las autoridades indígenas. «Se reunían para hacer brujería y a veces ponían cosas en nuestro camino o nos enviaban algo y era muy duro», se lamenta.
La persecución no tardo en escalar de un acoso diario a una violencia mayor. Un día, la madre de Thiago le contó que el cabildo había ido a la escuela de su tía para secuestrarla a ella y a sus primos, llevándoselos después en un camión. Su tía consiguió llamar a un amigo que trabaja en la policía, y afortunadamente el ejército los alcanzó e impidió que nada más serio le ocurriese a esta familia.
Debido a los crecientes ataques y amenazas de grupos armados, la tía de Thiago envió a sus hijos al Centro para Niños de Puertas Abiertas, y la madre de estos dos hermanos decidió hacer lo mismo.
La influencia creciente de los grupos de guerrillas en Colombia, que a menudo trabajaban con el cabildo, también aumentó el miedo entre toda esta familia de creyentes. En muchos casos, los guerrilleros colombianos se dirigen a personas jóvenes para reclutarlas a la fuerza. Por ello, la madre de Thiago solicitó refugio para él y para su hermano Mateo.
Desafortunadamente, el Centro para Niños solo tenía cuatro plazas disponibles en aquel momento, así que solo uno de ellos podía ir. La familia decidió que fuera el mayor, Thiago.
A pesar de que no quería estar separado de su familia, su madre le aseguró que Dios le estaba dando esta oportunidad y que debía aprovecharla. Le motivó el saber que escucharía más acerca de la fe en el centro. «Cuando solo quedaba una semana, le dije a mi hermanito que no le pasaría nada y que, aunque no pudiéramos estar juntos, iba a estar bien estudiando y aprendiendo acerca del evangelio», recuerda Thiago.
Y así este adolescente emprendió un viaje de 13 horas desde la región de El Cauca hasta el Centro para Niños, sin saber que aquella sería la última vez que vería a su hermano con vida.
Poco después de que Thiago llegara al Centro de Puertas Abiertas, un grupo guerrillero secuestró al pequeño Mateo. Afortunadamente, le dejaron marchar, pero volvió a casa traumatizado por todo lo que había visto. «Mientras le secuestraban, le dijeron que ya era parte de ellos con tan solo mirarles», asegura Thiago.
La pesadilla empeoró cuando volvieron a secuestrarle otra vez. Un domingo, cuando Mateo volvía a casa de la iglesia, los guerrilleros le estaban buscando y se lo llevaron. Su madre no estaba en casa cuando le secuestraron, así que al principio pensaba que se había ido a casa de sus abuelos. Pero el tiempo pasaba y, tres semanas más tarde, seguía sin haber noticias de su hijo pequeño.
«Le dije que era el momento de denunciar a la policía y que haría cualquier cosa por rastrear su teléfono móvil, aunque no supiera nada sobre cómo hacerlo», recuerda Thiago.
Aproximadamente un mes después de su desaparición, durante una vigilia de oración con algunas mujeres de su iglesia, la madre de Thiago recibió la triste noticia de que el cuerpo de Mateo había sido encontrado. Aunque su primera reacción instintiva fue la de salir a por él, las hermanas de su iglesia le frenaron porque podría ser peligroso salir de noche.
Tras poder confirmar finalmente que se trataba de su hijo Mateo, ella misma llamó a Thiago. «Cuando me contó lo que había pasado, yo no podía permitirme volver a casa. Así que lo único que podía hacer era quedarme en el centro y esperar hasta diciembre para poder regresar». Normalmente, el elevado precio del viaje a casa hace que sea imposible para los niños del Centro volver con su familia excepto para Navidad, pero afortunadamente uno de los tutores de Puertas Abiertas le llevó en coche para estar con sus padres.
Aunque sintió mucho consuelo en su corazón al ver a su madre, esta paz tampoco duró mucho. Uno de los tíos de Thiago, que estaba custodiando el ataúd en el entierro, había escuchado que unos jóvenes guerrilleros «estaban hablando de la necesidad de otra persona [para unirse a su grupo]. Y cuando mi tío estaba escuchando, se dio cuenta de que se referían a mí», dice Thiago.
Por ello, el tutor se vio obligado a llevarlo de vuelta lo antes posible al Centro para Niños, donde recibió consuelo y apoyo tanto emocional como espiritual. Sin embargo, en aquel momento, Thiago solo pensaba en que su madre estaría muy sola y que todavía había grupos armados buscándole para reclutarle o matarle.
«Me gustaría decirles que les perdono a pesar de todo el mal que han hecho»
Con el tiempo, su corazón ha ido curando esta herida poco a poco, hasta tal punto en que ahora ha dejado marchar la ira y el odio. «Me gustaría decirles que les perdono a pesar de todo el mal que han hecho, porque tal vez no eran conscientes o no habían pensado en lo que estaban haciendo, y yo no… no les guardo rencor», afirma ahora Thiago.
A pesar de todo el sufrimiento y de las pérdidas, Thiago mantuvo su fe en Dios como un ancla en medio de la tormenta. A través de Puertas Abiertas, ha encontrado oportunidades para estudiar y trabajar, y sueña con usar sus estudios en diseño industrial para mejorar la estructura de su iglesia en Cauca y ayudar a su comunidad. Además, tiene el sueño de crear una escuela de fútbol que también promueva la enseñanza de la fe cristiana.
La historia de Thiago y Mateo supone tan solo uno de los muchos casos de cristianos indígenas que sufren persecución en Colombia. El coste a pagar por creer en Dios y seguir a Jesús en este país de Latinoamérica es, a veces, incluso la muerte.
Pero, a pesar de tantísima oposición, la confianza inquebrantable de Thiago y su búsqueda de perdón y esperanza son un testimonio de la resiliencia y el poder de la fe de los cristianos perseguidos en medio de la adversidad.
Thiago anima a otros creyentes que sufren persecución a mantener firme la fe y la oración como pilares en sus vidas, y pide a la Iglesia en todo el mundo que «ore por los grupos armados, porque ha habido muchos casos de reclutamiento y, así como Dios obró en la vida de Pablo, sé que también puede hacer algo en las vidas de nos persiguen o reclutan».
Nuestros compañeros que trabajan con estos niños colombianos piden también oración para que el Centro infantil pueda ampliarse y tenga capacidad para hospedar a más niños de pueblos como el de Thiago. Cuando las familias se ven obligadas a tomar decisiones imposibles como qué niño mantener a salvo, esto puede dar lugar a tragedias como la muerte de Mateo.
Por ello, nos animan a pedir a Dios que abra el camino para que el Centro crezca y para que haya más y más personas que tengan el deseo de apoyar este ministerio en Colombia que, como demuestra esta historia, puede representar la diferencia entre la vida y la muerte.
*Nombre ficticio e imagen representativa utilizados por motivos de seguridad.