La última vez que vimos a Rose fue justo después de que naciera su bebé. Era otra niña. Recuerdo a Patience envuelta en un pañuelo, con sólo su carita asomando entre las mantas, felizmente inconsciente de la situación por el COVID-19 o de las
dificultades que estaban pasando su madre y sus dos hermanas mayores.
Antes de dejar a Rose ese día, me dijo: «Nunca imaginé que recibiría tales regalos, pero hoy, mi fe en Cristo se ha fortalecido. En efecto, el que vela por las viudas no duerme ni se adormece. Este apoyo me permitirá cuidar de mi familia.
Dios en el cielo lo recompensará con creces».
De camino a reunirnos con Rose y las niñas por tercera vez, nos sentimos un poco aprensivos por causa de nuestra visita. A principios de año recibimos la triste noticia de que la pequeña Patience había fallecido inesperadamente por una enfermedad.
Pero después de un largo viaje, Rose nos da una cálida bienvenida. Cuando Rose se da cuenta de que buscamos a Esther y a Joy, nos informa de que todavía están en la escuela. La miramos y veo que un tenue velo de tristeza cubre su rostro, pero
no hay rastro de resentimiento en su voz.
Mientras nos sentamos a la sombra de un árbol, Rose se sincera sobre su pérdida: «Patience murió el 12 de diciembre. Sinceramente, no me resultó nada fácil, porque ocurrió poco después de la muerte de mi marido...».
Señor, te doy gracias por la fe y la perseverancia de Rose, porque ha permanecido firme en ti a pesar de los golpes que la vida le ha dado. Te pido que protejas a Rose y sus hijas ante el aumento de la hostilidad en su país, y también que le des todo lo que ella necesita para sacar a sus hijas adelante y que puedan recibir sustento y una educación digna. Amén.
«Cuando perdí a mi marido, mis suegros nunca se preocuparon por mí, no vinieron a verme ni se interesaron por las niñas; cuando Patience murió, pensé que estarían junto a mí, pero no vino nadie. Me sentí tan dolida en mi corazón. Pero decidí soltar
mi amargura y dejar que Dios me sanara».
«Desde la muerte de mi marido hasta el parto de mi bebé, habéis estado ahí para mí. Quiero daros las gracias. No hay nada que pueda decir o dar que sea más grande que el agradecimiento».
Cuando las niñas regresan de la escuela, hablamos un rato. Juegan en el suelo. A su alrededor hay flores de frangipani aplastadas que han caído del árbol; sus frágiles hojas blancas están cubiertas de polvo. De vez en cuando el perfume de las flores
llena el aire.
Joy, la más pequeña, no puede estar sentada por más de cinco minutos. Su edad le ha impedido (hasta ahora) comprender el impacto de la muerte de su padre y de su hermana pequeña. Su alegría e inocencia afloran a la superficie. Esther, en cambio,
es un poco mayor y es más seria y reservada. Nunca está demasiado lejos de su madre.
«A veces la muerte de su padre las perturba. Preguntan dónde está. Cuando les respondo que ha viajado muy lejos, se ponen muy tristes. Se sienten mal».
«Mi esperanza es ver a mis hijas caminando por los caminos de Dios. Siempre quiero orar, ya sea por la mañana o por la noche. Las despierto para orar juntas y leer la Palabra de Dios para animar nuestros corazones. Lo hago para ayudarles a asimilar
lo que le pasó a su padre y a su hermana».
«Me alegra el corazón cuando mi pequeña Joy hace la oración del Señor; es lo único que tengo para darles, la Palabra de Dios. Les enseño a orar por sus necesidades, y cuando Dios provee, les digo que oren y den las gracias por la provisión».
Rose también confiesa que cuando los recuerdos de su marido y de Patience la entristecen, se recuerda a sí misma la fidelidad de Dios.
«Durante el último año, después de quedarme viuda, verdaderamente, el Señor no me ha abandonado. La razón por la que digo que no me ha abandonado es la siguiente: he recibido ayuda de diferentes personas. Dios también bendijo mi granja. Tengo
una buena cosecha».
Debido a las restricciones del COVID-19 y a la inseguridad, la vida se ha vuelto extremadamente difícil para muchas personas en Nigeria. Puertas Abiertas dio apoyo a Rose con ayuda alimentaria para que pudiese superar su necesidad más inmediata,
y con apoyo financiero para iniciar un negocio.
«Este negocio me ha hecho autosuficiente. Ya no espero la ayuda de la gente, sino que, con el trabajo duro y la bendición de Dios, he podido pagar las tasas escolares de mi hija y comprar lo esencial para cuidar de mis hijas. Ya no me veo como
una viuda porque Dios es realmente mi marido, y tengo una nueva familia en ti».