El 29 de enero de 2020 era un miércoles como cualquier día de la semana para Françoise, de 52 años, y su esposo el Reverendo Batsemire-Ngulongo Yese, de 67 años. Ellos, en compañía de su nieto, estaban viajando hacia su granja fuera de Eringite,
a unos 55 km al norte de la ciudad de Beni en la provincia de Kivu del Norte.
Son tiempos peligrosos y complicados en la República Democrática del Congo. Aun así, Yese alababa al Señor. Cantaba una canción popular de góspel en Swahili, Safari Bado, que sonaba en su teléfono. Esa canción rítmica trata de nuestro viaje espiritual:
Debemos permanecer humildes en este safari,
no volverse autocomplacientes
y usar cada oportunidad que recibimos
para honrar y alabar a Dios
a medida que nos acercamos a encontrarnos con Él.
Jamás debemos pensar durante este viaje que ya hemos llegado,
o como con el Rey Belsasar, habrá escrituras en la pared.
No se imaginaba que estaba llegando al final de su viaje aquí en la Tierra.
Cautivados por la canción y con el volumen en alto, la pareja y su nieto no se dieron cuenta de los disparos hasta que estaban demasiado cerca.
«Escuchamos cerca de nosotros dos disparos, y esta vez llamó la atención de mi marido», explicó Françoise a los visitantes de Puertas Abiertas. Sentada en el suelo de barro de su cabaña tradicional, hablaba extremadamente despacio – el duelo por
la muerte de su marido le ha pasado factura; prácticamente susurra de modo que los visitantes se inclinen para escucharle.
«En aquel momento de pánico, consideramos oportuno escondernos entre los arbustos por si el enemigo estaba en el camino, mientras esperábamos que pasara».
Señor, te ruego que Tú estés con Françoise y que ella pueda experimentar profundamente tu presencia. Te pido que puedan conocerte más, y que tu provisión los acompañe para que no pierdan su fe en ti. Guarda a tu pueblo para que siempre haya un remanente tuyo en este país. Amén.
Después de 45 minutos, Françoise y su nieto salieron del escondite. No podían encontrar a Yese y pensaban que tal vez había vuelto a casa. «Intentamos llamarle al móvil, pero estaba apagado. Cuando llegamos a casa, tampoco estaba ahí».
Françoise informó a los militares acerca de la desaparición de Yese. Dos horas más tarde, recibieron la trágica noticia: los soldados encontraron un cuerpo, que posiblemente era el de Yese, a 2,5km. Varios de los jóvenes de la iglesia fueron con
la familia para comprobarlo, y volvieron con el cuerpo de Yese. Los soldados les explicaron que Yese se escondió, sin saberlo, en una zona que las ADF empleaban como atajo. Le dispararon y le remataron con el mismo machete que llevaba para usar
en su granja.
Este relato dividió en dos al equipo de Puertas Abiertas: qué maravilloso sería para Yese entrar en la gloria con un cántico de alabanza en sus labios. Sin embargo, qué horrible sería para su familia ser despojada de forma tan brutal de un hombre
tan dedicado a Dios.
Desde que tuvieron lugar estos terribles sucesos, Françoise ha desarrollado hipertensión, lucha con un constante y severo dolor de estómago y tiene dolores de cabeza frecuentes. Varios miembros de su familia se turnan para sentarse con ella porque cuando está sola, llora por su marido. Su mirada parece pérdida cuando habla, como si estuviera atrapada en recuerdos de momentos en los que su marido seguía vivo.
Por si fuera poco, las ADF siguen luchando para liberar el territorio y convertirlo en un califato, impidiendo trabajar en sus granjas a Françoise y a la mayoría del resto de cristianos de la zona. Se preguntan cómo sobrevivirán al hambre.
Puertas Abiertas ha ayudado a Françoise con un poco de dinero para cubrir sus necesidades básicas durante los próximos meses, mientras el COVID-19 complica aún más la vida bajo la violencia de las ADF.
El Reverendo Yese sirvió a la iglesia anglicana durante más de 30 años y deja a Françoise, además de a nueve niños.