Sentada bajo un árbol, con el viento fresco que sopla de vez en cuando tocando sus canas, Leebee*, de 53 años y originaria de Laos, empezó a contar la historia de su vida que está llena de milagros.
«Mi marido me dejó cuando nuestra hija adoptiva tenía cinco meses y yo estaba embarazada de dos meses», dijo Leebee. Su marido se fue a su pueblo y dijo que volvería al cabo de un mes o dos, pero nunca regresó.
Vestida con una vieja chaqueta de color rosa con un diseño floral y una blusa marrón, dijo que casi se rindió durante ese tiempo, ya que la vida era dura.
«Comíamos hojas de árboles silvestres, plantas silvestres si no había comida disponible. Pensé en suicidarme», dijo Leebee. Sin embargo, una vendedora la animó a seguir viviendo.
Trabajaba en una plantación de café situada a 80 kilómetros de su casa. Ganaba 2.000 LAK al día, es decir, menos de un dólar (11.000 son un euro).
Para mantener a sus hijos, tenía varios trabajos, compra y venta, trabajo en una fábrica de alfombras de algodón en la capital y luego en una plantación de caucho en Tailandia.
Un día en el trabajo, cuando tenía sed, su compañera le dio un vaso de agua.
«De repente, se me adormeció la garganta y sentí una sensación de ardor que me salía de la boca hacia el estómago», cuenta Leebee. El agua era ácida.
Los médicos le dieron dos meses de vida. El revestimiento de su esófago estaba quemado. Volvió a su casa en Laos y se sometió a dos revisiones. El resultado fue el mismo. Sus intestinos se abultaron y no había forma de repararlos. En ese momento, sólo tenía ahorrados 5.000 baht tailandeses (unos 170 dólares). No dejaba de pensar en cómo iba a enviar a su hija a la universidad.
«Estaba en un lugar donde no había nadie a quien recurrir, no había nada que pudiera hacer para poder vivir, entonces mi cuñado me habló de Jesús», dijo Leebee. Sin nada que perder, puso su confianza en Dios porque es un Dios que sana.
Pasaron meses, luego un año. Sin embargo, siguió viviendo.
«Fue una curación milagrosa de Dios. En efecto, Dios es nuestra fuente de ayuda en tiempos de necesidad, cuando sentimos que no hay nadie a quien podamos aferrarnos. Él nunca te abandonará. Sentí una alegría inexplicable», dijo con una sonrisa.
Los médicos que la operaron de apendicitis un año después de que bebiera el agua ácida se quedaron asombrados, pues seguía viva con el estado de sus intestinos que parecían papeles arrugados. Le dijeron que ya debería haber muerto.
Sin embargo, Dios tiene un plan para su vida.
El pastor de su iglesia, la envió a asistir a una formación de salud comunitaria centrada en las medicinas tradicionales organizada por un colaborador local de Puertas Abiertas en 2019, cinco años después de que se curara. Estaba entre los siete participantes y era la única de su pueblo justo cuando el Covid acababa de empezar.
Cuando llegó, estuvo a punto de rendirse porque los demás participantes eran todos más jóvenes que ella.
«No estaba cualificada, pero no podían enviar a nadie más que a mí. Pero fue entonces cuando también me di cuenta de que era Dios quien me llamaba», añadió Leebee. Entonces se sintió interesada al comenzar la formación.
Su vida empezó a cambiar cuando volvió a casa después de la formación.
Sin embargo, antes de que la situación mejorara, fue perseguida a causa de su fe. Como única cristiana de su familia, la amenazaron con echarla de su pueblo. Alguien incluso la amenazó con un machete. A veces, las autoridades venían a interrogarla y le preguntaban quién la había convencido de ser cristiana.
La gente de su comunidad la evitaba cuando ella quería reunirse con ellos. La excluían de las actividades sociales; vigilaban sus acciones e incluso le robaban los animales de la granja de vez en cuando.
Su primera experiencia memorable fue la primera vez que una mujer, que no era creyente, vino a pedirle ayuda unos días después de su formación.
«Su hijo tenía mucha fiebre. Vino y me pidió una medicina. Así que le di unas hojas de una vid tradicional que llamamos «Bayanang» y le indiqué lo que tenía que hacer», dijo. Esto nunca le había ocurrido antes, especialmente porque la mujer no era creyente. Cuando le preguntó a la mujer por qué no había ido al médico, ésta le dijo que había oído que Leebee había asistido a una formación sanitaria.
El hospital se encuentra muy lejos de su pueblo, a unos 40 kilómetros. Se puede llegar a él en moto, pasando por un camino accidentado, polvoriento en verano y embarrado en época de lluvias. El viaje dura más o menos una hora.
Hay un centro de salud en el pueblo, pero sólo para medicamentos básicos. La gente suele tratarse a sí misma o comprar medicamentos sin receta. A menudo, los habitantes de la aldea de Leebee recurren a la medicina tradicional y de hierbas porque cuando probaron los medicamentos con receta no les funcionaron. Otros recurren a los métodos tradicionales porque no tienen suficiente dinero para comprar los medicamentos.
La tendencia a utilizar la medicina tradicional se hizo popular, por lo que recurren a ella, sin embargo, no todos tienen conocimientos al respecto. Leebee fue la primera de su pueblo en recibir una formación sanitaria formal.
Desde su formación, unas 50 personas, cristianas y no cristianas, de su pueblo y de los pueblos vecinos, se curaron de enfermedades comunes, incluidas las cutáneas, tras administrar los tratamientos enseñados en la formación. La perspectiva de la gente de su comunidad hacia los cristianos también cambió, y los incidentes de persecución también disminuyeron. Saben que pueden confiar en Leebee cuando tienen una necesidad desesperada por problemas de salud.
Leebee también pudo formar a más de 100 mujeres y hombres, en su mayoría mujeres, sobre medicina tradicional de nueve iglesias en casa de su zona.
«Tengo la esperanza y el sueño de que otras mujeres también tengan la misma oportunidad. Ahora soy yo la que enseña y espero que lo que yo empecé, ellas lo continúen», dijo.
Y añadió: «Estoy agradecida a Dios por haber abierto esta oportunidad de tener este equipo (del colaborador local de Puertas Abiertas), por haberme llamado a formar parte del equipo de salud. Gracias por esta oportunidad que trae esperanza no sólo para nosotros sino también para otros, por adquirir conocimientos para ayudar a los demás».
Señor, te doy gracias por tu obra en la vida de Leebee, por haberla guardado de la muerte. Te pido que continúes proveyéndoles lo necesario para salir adelante, para que tengan los recursos que necesitan. Te pido que también proveas a los colaboradores de Puertas Abiertas para seguir realizando su labor. Amén.