Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.
Jeremías 33:3
Hay muchas formas en las que uno puede clamar a Dios. En la mayoría de los casos damos por sentado que la persona que clama a Dios sabe que está allí y que, al clamar, recibirá una respuesta. Sin embargo, hay personas que no saben a quién acudir ni a donde ir. Puede que su clamor sea un intento de quitarse la vida.
Aisha* es una mujer de Asia Central. Se crio en un entorno musulmán, y porque era sorda, su familia no la quería. Era tal la actitud de la familia hacia ella que, cuando llegó la pandemia del Covid, ella se quedó absolutamente sola. Nadie iba a verla, nadie se acordaba de ella para llevarle de comer.
Al pasar tanta hambre, llegó a sentirse tan aislada y abandonada que llegó a la conclusión de que no valía la pena seguir viviendo. Un día tomó un bidón de gasolina y se roció con ella con la intención de prenderse fuego y morir.
Justo cuando terminó de rociarse con la gasolina, vio a alguien que se acercaba a su casa. Era un hombre sordo que llevaba una bolsa de comida en su mano. Cuando llegó a ella, le preguntó qué hacía. Ella le contó todo lo que le había pasado y que ya no quería seguir viviendo. Hablaron durante mucho tiempo y él le pudo explicar a ella por qué estaba buscando a personas sordas para darles de comer.
Esto le llevó a presentarle a la persona de Jesús. Ella se entregó a Jesús esa misma noche. Era como que había vuelto a nacer dos veces ese mismo día.
No es necesario llegar hasta ese punto de desesperación para clamar a Dios. De hecho, cuanto mejor nos vayan las cosas, más importante es seguir clamando a Dios para que no nos apartemos de Él. Requiere un esfuerzo encontrar a Dios porque las cosas valiosas tienen su precio. Dios lo hace así para que valoremos nuestra relación con Él.
Él compara nuestra búsqueda de Él con la búsqueda de un tesoro. Los tesoros son difíciles de encontrar, sin embargo, cuando son descubiertos, no nos cuesta nada deshacernos de todo lo que teníamos antes de descubrirlo, porque lo que hemos encontrado vale tanto, que lo anterior carece de valor.