Cuando se sienta a contar su historia, el pastor Miguel parece ansioso.
Se pone cerca de la mesa del comedor y es visible que está nervioso.
Mira a su esposa repetidamente y luego baja la mirada hacia sus manos, pegadas, apretadas.
Es un hábito difícil de romper, porque el pastor Miguel es un pastor de Cuba, el país número 26 más peligroso del mundo para los cristianos, por lo que sabe lo que es la presión.
«Hablar de la situación en mi país siempre me pone nervioso», confiesa.
«
Cuando estás tan acostumbrado a la persecución, la imposibilidad de hablar libremente y el estar constantemente en alerta afecta a tu mente y a tu personalidad. Aunque estemos en otro país, sigo teniendo miedo de hablar. Es como
un peso que te sigue, sobre todo cuando piensas en tus seres queridos en casa. El Gobierno puede tomar represalias contra ellos si descubren que estoy hablando de estos temas».
«Aunque estemos en otro país, sigo teniendo miedo de hablar. El Gobierno puede tomar represalias contra mis seres queridos si descubren que estoy hablando de estos temas»
Miguel huyó de Cuba hace unos años con su esposa e hijos.
Por razones de seguridad, no podemos revelar a dónde escaparon.
Pero la persecución que experimentaron es lo que los alejó del país que aman, y es la misma persecución que enfrentan los creyentes cubanos en toda la nación insular.
La persecución en Cuba ha evolucionado con el tiempo, entrelazada con la historia política del país.
Según Miguel, antes de la década de 1990, los cristianos se enfrentaban a una persecución y marginación abiertas. «Cuando yo era niño, oíamos hablar de gente que era encarcelada por tener una Biblia», recuerda. «Oponerse al sistema político era ilegal, y cualquier creencia disidente, incluido el cristianismo, era rechazada».
Y, sin embargo, fue en tales circunstancias cuando conoció y aceptó la verdad del amor de Jesús.
«Me hice cristiano porque no podía negar la existencia de Dios», comparte.
A los 16 años, empezó a vender queso para mantener a sus abuelos. Un día, el camión que transportaba sus mercancías sufrió un terrible accidente. Milagrosamente, nadie resultó herido. Sus colegas lo invitaron a la iglesia para agradecer a Dios por salvarles la vida. Ese día, Miguel aceptó al Señor.
«En la iglesia, vi caras familiares que me abrazaban y me mostraban el amor de Dios», recuerda. «Eran compañeros de clase de mis días de instituto, aunque nunca supe que eran cristianos. En los centros públicos, estaba estrictamente prohibido hablar de religión; podías ser expulsado o acusado de proselitismo si un profesor te oía».
Pronto, Miguel comenzó a asistir a reuniones de jóvenes secretas en las montañas, organizadas por sus amigos cristianos. «Era una locura, pero fuimos testigos de la gloria de Dios descendiendo sobre nosotros», dice. «Dios estaba despertando a la juventud de Cuba, y muchos comenzaron a convertirse. Con la persecución, Él levantó una generación de líderes preparados para enfrentar estos desafíos. Muchos de nosotros nos convertimos en pastores».
Pero no pasó mucho tiempo hasta que la persecución llegó también a su vida.
«La primera vez que fui perseguido fue al poco de decidir seguir a Jesús», recuerda Miguel. «Estaba lleno de amor por Él y quería compartir mi nueva fe con todos. Trabajaba como cartero y se me ocurrió incluir folletos cristianos en los periódicos que repartía. Al día siguiente, dos policías estatales vinieron a mi trabajo para interrogarme y amenazarme».
Después de varias horas, lo dejaron en libertad con una severa advertencia: si volvía a hablar de Jesús, podría ser acusado de proselitismo y traición.
Pero eso no impidió que Miguel creciera en su nueva fe. Poco después de su conversión, su pastor le ofreció el liderazgo de una pequeña iglesia rural sin pastor. «El Señor me eligió y comencé a servirle con todo mi amor», asegura Miguel. «Era consciente de la persecución, pero el amor y la pasión por el Señor eran más importantes».
Ahora, Miguel es un pastor con más de 20 años de experiencia en el ministerio y sabe que la persecución es una realidad común en la comunidad cristiana de Cuba.
También ha visto cómo esta persecución ha cambiado a lo largo de los años.
En 1991, con la caída de la Unión Soviética, que subvencionaba en gran medida la economía de Cuba, la situación social se complicó. El Gobierno respondió estratégicamente al escrutinio internacional sobre sus violaciones de los derechos humanos, incluida la libertad religiosa.
«Mientras el Gobierno fingía que no había persecución permitiendo a algunos miembros del partido visitar iglesias, iban infiltrando a personas progubernamentales en los ministerios para espiar nuestras actividades y desestabilizar la Iglesia», recuerda Miguel. «Eso marcó el inicio de una persecución más sofisticada»,
Esta estrategia continúa hasta la actualidad. Los cristianos siguen bajo el escrutinio público, enfrentándose a la pérdida de empleo, el acoso o el encarcelamiento por profesar abiertamente su fe u oponerse a las políticas gubernamentales. Un estudio de 2023 realizado por el Observatorio de Derechos Sociales reveló que el 68 % de los encuestados conoce a un creyente que ha sido acosado, reprimido, amenazado u obstaculizado debido a su fe.
«Por ejemplo, el Gobierno presiona a las empresas para que obliguen a los empleados a participar en marchas de apoyo a [las políticas estatales] que a veces van en contra de la fe cristiana», explica Miguel. «Muchos cristianos han sido despedidos por negarse. Si las empresas se enteran de que los trabajadores no se alinean con la ideología del Estado, encuentran la manera de deshacerse de ellos».
La situación es aún más precaria para los pastores. «Cuanto más éxito tiene un pastor en la predicación del Evangelio, más vigilado y amenazado está», denuncia Miguel. «El Gobierno sabe que estos pastores tienen influencia, y que el Evangelio cambia vidas».
«El Gobierno sabe que estos pastores tienen influencia, y que el Evangelio cambia vidas. Visitaron a mis hijos en la escuela, diciéndoles que yo era un enemigo del Estado»
Como pastor, Miguel se enfrentó a una creciente vigilancia y amenazas por parte de las autoridades. El Gobierno cubano amplió sus tácticas para atacar a los líderes religiosos.
«Pedimos oraciones para que los planes del Señor continúen en nuestra nación. Necesitamos fuerza, sabiduría y protección para nuestros pastores y líderes. A pesar de la persecución, el amor de Jesús se está extendiendo. Cuanto más intentan reprimirlo, más vemos la mano de Dios en acción»
«Controlaban todos mis movimientos y acosaban a mi familia, advirtiéndome de que pronto me encarcelarían», denuncia. «La Seguridad del Estado me interrogó más de 50 veces, pero esto es normal para los líderes cristianos en Cuba».
Para apoyar a otros pastores que se enfrentaban a una persecución similar, Miguel hablaba con frecuencia en su nombre. Cada vez que salía de casa, se despedía de su familia sin saber si volvería. «Conocí a pastores que tuvieron accidentes de coche porque alguien manipuló sus vehículos. Siempre le decía a mi familia que orara y que estuviera preparada», afirma.
Miguel recuerda un caso particularmente grave de persecución cuando el Gobierno infiltró a un espía en una de las iglesias en las que servía. El espía vigilaba el crecimiento de la iglesia y trató de quitarle el edificio después de que la congregación hubiera hecho mejoras significativas.
«Nos dijeron que renunciáramos a la casa donde celebrábamos el culto, amenazando con convertirla en una casa comunitaria o encarcelarme», recuerda Miguel. «Incluso visitaron a mis hijos en la escuela, diciéndoles que yo era un enemigo del Estado».
Después de meses de acoso, un abogado intervino e impidió la expropiación. «Dios hizo un milagro en ese momento, y no ha dejado de hacer milagros desde entonces», dice.
«Recuerdo otra ocasión en la que enviaron a otro infiltrado, pero en lugar de hacernos daño, se convirtió al cristianismo. Un día ya me confesó: ‘Me enviaron a investigarte, pero lo que vi aquí fue diferente de lo que esperaba.
Me hizo querer ser cristiano’».
Con el tiempo, la persecución se hizo tan intensa que Miguel y su familia decidieron que tenían que irse de Cuba. Un ministerio internacional le ofreció un trabajo misionero en otro país y decidió aceptarlo.
Sin embargo, sigue trabajando muy de cerca con la Iglesia en Cuba. Ahora trabaja con Puertas Abiertas como voluntario y ayuda a fortalecer la Iglesia perseguida a través de diversas iniciativas, como proyectos socioeconómicos, recursos, apoyo psicológico a pastores, entre otros. Desde 2021, estos programas han beneficiado a más de 5570 cristianos en Cuba.
Según las investigaciones de Puertas Abiertas, Cuba es el país más peligroso para los cristianos en América Latina (puesto 26 en la Lista Mundial de la Persecución 2025), con 614 incidentes de persecución registrados entre 2021 y 2024 (hasta marzo). Después de las protestas antigubernamentales de 2021, en las que se produjeron más de 1400 detenciones, según Human Rights Watch, la persecución se intensificó.
A pesar de estos desafíos, la Iglesia en Cuba sigue creciendo.
«Estas protestas fueron un punto de inflexión», asegura Miguel. «El Gobierno teme otro levantamiento. Ya no dudan en usar la violencia, tachando a los pastores de enemigos para justificar el envío de fuerzas especiales, su encarcelamiento y la demolición de iglesias».
Por eso, el trabajo que realizan Miguel y otros colaboradores de Puertas Abiertas es tan vital. «Estas actividades llegan en un momento crucial para Cuba», afirma Jacob, un pastor que asistió a un taller organizado por Puertas Abiertas en 2023. «Como líderes, necesitamos profundizar en nuestra comprensión del Evangelio y aprender a aplicar la palabra de Dios dentro de nuestro contexto único. Estamos increíblemente agradecidos por estas oportunidades de crecer espiritualmente y mejorar nuestra capacidad de servir con excelencia, incluso en medio de circunstancias difíciles».
Para Juana, otra pastora que se benefició del programa, estas iniciativas son vitales tanto para difundir el evangelio como para fortalecer las iglesias locales.
«Lo que aprendemos aquí no se queda con nosotros», dice. «Se lo transmitimos a otros y se difunde por muchas iglesias de nuestra comunidad. Todas las congregaciones se benefician porque los recursos que recibimos se comparten
y multiplican a través de otros líderes».
Aunque la situación en Cuba sigue siendo muy complicada, el pastor Miguel sabe que la obra, por la gracia de Dios, continuará.
Y busca las formas en que la mano de Dios está obrando incluso en medio de la presión.
«Pedimos oraciones para que los planes del Señor continúen en nuestra nación», nos transmite. «Necesitamos fuerza, sabiduría y protección para nuestros pastores y líderes. A pesar de la persecución, el amor de Jesús se está extendiendo. Cuanto más intentan reprimirlo, más vemos la mano de Dios en acción».