El abuelo, un hombre de poco más de sesenta años, ha sido un pastor fiel para otros pastores durante cerca de cinco décadas. Siempre en movimiento por Dios, siempre intercediendo, siempre difundiendo el amor de Jesús, el tipo de pastor que nunca renunciaría a su vocación.
A pesar de su edad, continúa visitando a familias cristianas sin recursos, pero la pandemia del coronavirus, los confinamientos y otras medidas, han hecho que incluso él se detuviera. De un día para otro, el pastor no pudo ir a su congregación. El equipo de Hana le proporcionó un teléfono y datos para que al menos pueda conectarse con ellos y servir a Dios a través de una aplicación de llamadas. Pero no era suficiente…
«Voy a salir», dijo Hana un su compañero de trabajo que conducía el coche. Se desabrochó el cinturón de seguridad, abrió la puerta, se bajó del vehículo y fue a la parte trasera para coger un gran saco de alimentos.
Para cuando se había dado la vuelta, una cara familiar apareció tras el portón; se trataba de la nuera del pastor. Llevaba un vestido tradicional, muy colorido y la cabeza cubierta. Hana sabía que la mujer, ya cerca de los cuarenta años, llevaba semanas sin ver a su marido. Él trabajaba en un hospital con pacientes de Covid-19. Ella cuidaba del bebé y el padre del marido, el pastor, estaba en el ‘grupo de riesgo’.
Hana la saludó amablemente desde la distancia, «¿Se encuentra ahí el pastor Johnson*?», preguntó Hana.
La mujer asintió, «Pero está descansando».
«De acuerdo, está bien», respondió Hana. «Traigo algo para tu familia». Dejó la bolsa en el suelo y quitó la cobertura exterior. «Hemos desinfectado todo lo que hay dentro. No tenéis que preocuparos. Podéis tocar todos estos productos sin riesgo alguno.»
La mujer abrió el portón. «Pase, por favor».
El corazón de Hana se hundió como un ancla en el océano. «No puedo. He estado en demasiadas casas».
De pronto, un niño corrió hacia su madre y pasó junto a ella para echar un vistazo a lo que había en el saco. «Es como una gran sorpresa para él», pensó Hana. «Un saco lleno de regalos, aunque no son juguetes, sino comida y otros suministros esenciales».
Ella miró a la mujer; debió haber detectado la decepción en los ojos de Hana. Hana quería más que nada en el mundo aceptar la invitación a entrar, tomar té con mucha leche y azúcar, cogerse de las manos y hablar juntas a su Padre celestial.
«Está bien», dijo la mujer.
«Está bien», repite Hana. «Es todo lo que dijo. Sabía que deseaba tener comunión con ella, pero no podía. El riesgo era demasiado alto».
Hana suspira. En su cultura y en una zona en la que hay tanta hostilidad hacia la comunidad Cristiana, el hecho de hacerse compañía lo es todo. La nuera del pastor aceptó las provisiones con mucha gratitud y dignidad .
Pero la aparición de Hana en el portón exterior de la casa significaba mucho más. «Tenían muchos problemas y poco para sobrevivir. El virus y el confinamiento desmanteló la familia. El marido no podía ir a casa ante el riesgo de estar infectado al trabajar en un hospital. Otros miembros de la familia están atrapados en otra parte del país. La mujer se está ocupando del bebé, por lo que no puede arriesgarse yendo a las tiendas. ¿Quién iba a cuidar de ellos?. Pero no sólo les llevamos alimentos, también les llevamos un mensaje: No estáis solos».
No estáis solos. Hay personas que se preocupan por vosotros. Hay quién os ama. «Así es, no sólo llevamos arroz. También hemos llevado un mensaje de esperanza. Cada saco de arroz dice que hay esperanza. Cada lugar al que vamos a repartir suministros, la gente nos invita a pasar a sus casas. Algunas veces podemos aceptar y pasar un rato con las familias. La gente anhela la compañía, y lo que es más importante, si el marido está trabajando fuera sin poder ir a casa, sabe que su familia cuenta con alimentos. Las familias Cristianas saben que estamos codo con codo junto a ellos. Esto marca la diferencia. Las familias reciben comida y vitaminas, funcionan mejor y toman mejores decisiones. Así también reestablecemos su dignidad».
«Pedimos al Señor que multiplique lo que traemos»
Hana también ha visitado a otra familia que depende de la madre para sobrevivir, ya que su marido tiene problemas mentales derivados de una brutal paliza. Él no era el único cristiano en la zona que fue falsamente acusado de robo y torturado por ello. La mujer recibió preparación por parte del equipo de Hana para que pudiese mantener a su familia y en su tiempo libre da la comunión a otras personas en sus casas. Y no sólo eso, también ha realizado un curso de esteticista, también impartido por el equipo de Hana, que le da acceso a bastantes hogares musulmanes. Habitualmente reza por las mujeres musulmanas mientras les hace los tratamientos.
Hana: «Ésta es una familia realmente especial. A causa del confinamiento se encuentran aislados y no tienen ingresos. Cuando fuimos a su casa, ella se sentó, llamó a sus hijos y se reunieron alrededor de los sacos que les llevamos. Entonces todos ellos dieron gracias Al Señor por haberles provisto de todo aquello y rezaron por nosotros. Nosotros también rezamos por ellos. Nuestro equipo tiene una oración audaz. Pedimos a Dios que multiplique todo lo que traemos, tal y cómo Él hizo con los panes y los peces. Fue tan hermoso escuchar a esa mujer orando las mismas palabras… Quería compartir lo que había recibido no sólo con los suyos, también con más gente de su comunidad».
El reparto de los alimentos debemos hacerlo en secreto. «Si alguien se entera de que hay comida en una casa, seguramente entren a robar a la familia, así que cada vez que me voy de cada casa, hago una oración de protección».
El equipo de Hana trata de hacer un enfoque espiritual y estratégico. «Sabemos que las cosas pueden cambiar repentinamente, por eso nos aseguramos de llevar grandes cantidades para que, en caso de que se rompa la cadena de suministros, tengan algo de lo que tirar. Hemos traído bastante harina, por ejemplo, y es algo muy bueno, ya que ahora es muy difícil conseguirla. Toda la que hay es de mala calidad y tiene muchos bichos».
Hay cientos de historias como la del pastor y la de la mujer que se tiene que hacer cargo de su familia y su marido. La mujer de otro pastor estaba sola porque su marido tenía que trabajar lejos. Ella tenía que ocuparse de la iglesia. «Si me marcho y alguien viene buscando ayuda o consuelo y no encuentra a nadie, no volverán a confiar en la iglesia». Ni siquiera podía ir a las tiendas, aun sabiendo que pronto estaría toda la comida vendida. No murió de hambre porque los colaboradores de Puertas Abiertas le llevaron un paquete de ayuda.