El dolor, la vergüenza y la preocupación abrumaban a Sahar. Las lágrimas corrían por su rostro mientras abandonaba su hogar, sentada en la parte trasera de un taxi, y clamaba a Dios: «¿Por qué permites que esto ocurra? ¿Quién arropará a mis hijos cada noche?»
Sahar, recién convertida al cristianismo, fue expulsada de casa cuando su enfurecido marido descubrió su fe. La separación de sus dos hijos pequeños fue insoportable. «Se me rompió el corazón, como persona, como mujer, pero sobre todo como madre», indica.