Saghar encontró su asiento en el avión, con su pañuelo colocado holgadamente alrededor de su cabeza y sus manos moviéndose inquietas. Mientras, su nombre se oía a través del altavoz del aeropuerto una y otra vez.
Trató de obligarse a sí misma a levantar la cabeza para mirar por aquella pequeña ventana y echar un último vistazo a su país. Pero el miedo la paralizó. Si el servicio secreto la atrapaba, podía terminar en una de las infames cárceles de Irán.
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